En Colombia sabemos tan poco del fentanilo recreativo que corremos el riesgo de no darle la importancia que merece. ¡No nos equivoquemos! Esta droga, con un potencial adictivo 50 veces mayor que la heroína y 100 veces más que la morfina, amenaza con extenderse a los sitios menos pensados si no se logra controlar a tiempo. En Estados Unidos, donde los opioides sintéticos han precipitado una debacle sin precedentes desde hace rato, se les considera una epidemia o, todavía peor, un arma de destrucción masiva, como consecuencia de las miles de muertes por sobredosis que han provocado: 71 mil solo en el año 2021. Buena parte de ellas, han sido menores de 24 años. Sin duda, se trata de una crisis de adicción que trasciende cualquier realidad.
En nuestro país, el fentanilo para uso farmacológico existe hace mucho tiempo. Ese no es problema, aunque también. Ya verán por qué. Ahora, circula para consumo ilegal, es decir, con fines criminales. Las autoridades antinarcóticos tratan de moverse con rapidez, no siempre con la misma velocidad de los criminales, y hasta ahora han detectado que estructuras organizadas y bandas delincuenciales lo están produciendo, incluso de manera artesanal. Colombia, con Ecuador, hace parte de las redes internacionales de tráfico de esta sustancia de fácil, barata y rápida fabricación. Ahí radica la clave de su incontenible expansión que ha desplazado o sacado del mercado en corto tiempo a otros estupefacientes, como la cocaína. El origen de la cadena de suministro se sitúa en China, donde se comercializan los productos químicos para su elaboración.
Desde Oriente son traídos a América, vía México, por los carteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación que, como es bien sabido, tienen una fuerte presencia en vastas zonas del territorio nacional. El resto es puro trámite. El fentanilo se mezcla con cocaína, anfetaminas, marihuana o hasta ketamina, que es un analgésico para equinos. Quienes lo hacen, cruzan todos los umbrales imaginables de la cordura para tratar de enganchar, en especial a las personas más jóvenes. Hasta lo venden como si fuera heroína, otras drogas conocidas e, inclusive medicamentos en forma de pastillas recetadas como supuestos antidepresivos o para aliviar los dolores más intensos.
Preocupa, como sucede en otros países, la exposición no intencionada a esta droga ilegal que dispara el riesgo de muertes accidentales por sobredosis. De hecho, la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA) asegura que más del 40 % de las píldoras que se venden en los circuitos ilegales de narcóticos contienen “dosis letales de fentanilo”. Aún más alarmante es que muchas de ellas se ofrezcan en redes sociales, casi a la vista de todos con apenas mensajes cifrados. Dicho de otra forma, este cóctel potencialmente mortal, un juego de ruleta rusa, a juicio de expertos, se consigue a golpe de un clic. Hasta 400 perfiles tiene ubicados la Policía Nacional.
La detención en Barranquilla de un hombre de 40 años, de profesión domiciliario, con dos ampollas de esta sustancia en su poder movilizó a las autoridades sanitarias del departamento. Si bien es cierto que hasta ahora en ningún centro asistencial de la ciudad o de los municipios se han detectado personas intoxicadas con fentanilo, conviene prepararse para lo que parece ser inevitable, si es que no ha ocurrido ya: su desembarco en el mercado local de narcóticos. Reforzar tanto la vigilancia como el control de los inventarios existentes en la red pública y privada de clínicas debe ser lo primero. Que no se olvide que esta droga se prescribe a pacientes con dolor crónico oncológico, por ejemplo, por sus efectos analgésicos y anestésicos. Evitar que estas ampollas terminen en manos criminales es responsabilidad del sistema de salud, también lo es regular su uso para que no se dispensen más dosis de las prescritas ni se desvíen para consumo recreativo. Casi 90 denuncias investiga hoy la Policía por robos de fentanilo en hospitales del país.
Sin caer en un alarmismo exagerado, nuestra realidad está aún a años luz de lo que ocurre en Estados Unidos, sí conviene, por una parte, extremar los controles de las autoridades y, por la otra, insistir en los impactos de este consumo. Colombia es caldo de cultivo para que proliferen las industrias criminales y esta, ciertamente, que lo es. Lo que se haga es poco para que la institucionalidad esté lista a enfrentar las mafias transnacionales que apuntan a inicios de consumo cada vez más precoces, en niños de 11 o 12 años, para hacerse con un mercado de adictos, mientras se enriquecen. El repunte de intoxicaciones de drogas por rarísimas mezclas de sustancias, la nueva estrategia de los traficantes, exige, más que nunca, permanecer vigilantes.