Ana María Serrano Céspedes tenía 18 años, estudiaba medicina porque soñaba con ser cardióloga. En junio pasado decidió terminar la relación sentimental que sostenía con un excompañero de su colegio, hoy está muerta. El feminicidio de esta joven, de familia colombiana, pero nacida en México, donde residió desde siempre con sus padres y donde ocurrió este fatídico hecho, causa conmoción. No es para menos. No se trata únicamente de un sentimiento de absoluto repudio ante la desbordada y constante violencia contra las mujeres que se registra en ambas naciones con centenares de estos crímenes de género. También lo sucedido tiene un componente emocional asociado a empatía o solidaridad. Hace falta insistir en muchos ¡Basta ya! para trasladar a la sociedad el mensaje de que esto no es normal ni debe jamás ser tolerado.

Rota de dolor tras perder a su hija menor de la forma más absurda posible, pero demostrando una valentía extraordinaria, la abogada Ximena Céspedes levanta su voz para visibilizar lo que le ocurrió a su Ana María. Sin detenerse en el por qué, sino en el para qué, habla con la claridad, asertividad y fortaleza que solo el corazón de una madre coraje puede albergar. Este sublime acto de amor trasciende fronteras para intentar romper el silencio de culturas consentidoras de violencias machistas como el acoso. Muchas veces naturalizadas, incluso por las mismas víctimas.

En definitiva, el propósito de Ximena, como el de otras madres que han tenido que enterrar a sus seres más amados es el mismo: ¿cómo evitar que se sigan reafirmando tantos estereotipos de género que normalizan situaciones, prácticas o comportamientos repudiables en los que se ejercen distintas formas de control y dominación sobre las mujeres? o ¿de qué manera logramos entre todos promover cambios en la educación escolar y comunitaria de nuestros niños y jóvenes para que sean capaces de sanar o reparar las masculinidades tóxicas que en reiteradas ocasiones sus propias familias, los grupos de amigos y la sociedad en general van arraigando en ellos?

Nos movemos en ambientes cargados de machismo banal, de ese que está lejos de reconocerse como tal. O lo que es lo mismo, las mujeres deambulamos en mundos de hipocresía que en el peor de los casos cobran vidas; en otros las destrozan, en especial cuando se trata de niñas, adolescentes y jóvenes que se descubren inseguras, incómodas o atemorizadas porque saben cómo y cuándo comenzó el acoso que sufren, pero no tienen claro cómo va a terminar. En la escala de agresiones, tanto las individuales como grupales, su vulnerabilidad es manifiesta. Pese a ello, casi ninguna denuncia porque estiman que nadie hará nada, no les creerán, quedarán aún más expuestas o porque erróneamente se sienten culpables de ser las víctimas de esta violencia.

Su entorno, familia, amigos y compañeros de clase lo saben o sospechan, pero en la mayoría de los casos no intervienen por miedo, desconocimiento sobre cómo proceder o aún más lamentable, por complicidad con el macho alfa, el considerado líder de la manada que arropado por el resto de su grupo actúa de manera agresiva. Desprovistos de una mínima responsabilidad, excusados en su sentido de pertenencia e identidad, entre todos se validan para intimidar a su o sus víctimas, a las que hacen un daño enorme. Mientras ellas padecen un pánico inaguantable, ellos se divierten. Cuando el acoso es en la calle, buena parte de los testigos miran hacia otro lado y no faltan los que envalentonados se unen. ¿Las tolerarían o participarían de estas formas de violencia machista, también del envío de ofensivos mensajes de WhatsApp e Instagram, si las víctimas fueran sus hermanas, familiares o amigas? Ninguna mujer debe aguantar tantos ultrajes.

Hablamos de acoso, sí, de lo incapaces que somos de denunciarlo o de gestionarlo en los hogares, centros académicos o en el trabajo, porque Ximena, madre de una víctima de feminicidio, en medio de su dolor nos convoca a abrir un necesario debate sobre las violencias machistas y en particular, de la que se ejerce contra nuestras hijas. La mía, de 14 años, por ejemplo, ha sido acosada en su colegio. ¿Razones? No, no encuentro ninguna para que Lucía, ni Ana María, ni ninguna mujer sea agredida porque decida estar sola y libre. Seguimos esperando respuestas, la impunidad no es la salida. Esta no puede ser una lucha callada, ¿qué esperamos para actuar?, ¿qué sea tarde? Prevención, educación y justicia por y para tantas Anamarías a las que la irracional, cobarde y absurda violencia machista nos arrebató. Ni una más. Denunciemos ahora.