Los dos años que acaba de completar inundada la Mojana retratan la ineptitud, incompetencia y torpeza política de ciertos funcionarios de los Gobiernos de Iván Duque y Gustavo Petro que no se ocuparon de hacer lo suficiente para resolver este descomunal drama. El 27 de agosto de 2021, las impetuosas aguas del río Cauca abrieron un boquete de 20 metros en el jarillón de protección de Cara ‘e Gato, en San Jacinto del Cauca, Bolívar. El chorro, como en su momento lo contó EL HERALDO, fue creciendo con el paso de los días hasta convertirse en una abertura catastrófica de más de un kilómetro. Decenas de miles de personas de municipios de Bolívar, Antioquia y, principalmente, de Córdoba y Sucre debieron salir corriendo. Lo hicieron con una mano adelante y otra detrás sin saber que tardarían meses en volver a sus hogares, parcelas y fincas o que, en algunos casos, jamás podrían hacerlo, debido a la furia de las aguas que lo arrasaron casi todo.
Sin reponerse de tantas carencias iniciales, a las que luego se sumaron necesidades acuciantes de todo tipo y de un incesante sentimiento de desolación por lo sucedido hace 730 días, las familias damnificadas, representantes del sector agropecuario, líderes comunitarios y autoridades de la región mojanera cuestionan con severidad, ¡cómo no podría ser de otra manera!, la falta de resolución de quienes debían, no solo gestionar sino solucionar de forma definitiva su profunda crisis social y económica. Conocedores de las particularidades de su territorio, golpeado con anterioridad por otras emergencias invernales, entienden que quizás esta no pudo evitarse o prevenirse a tiempo, pero lo que no les cabe en la cabeza, ni a ellos ni a ninguna persona con dos dedos de frente, a decir verdad, es que todavía no haya sido solventada.
Abandono, tristeza, desesperación, vergüenza, burla, humillación. No, no son palabras al alzar. Son sentimientos que expresan las calamitosas vivencias de los miles de habitantes de la Mojana. De cada uno de ellos, al margen de su condición socioeconómica, se hace imprescindible decir que han demostrado a lo largo de estos dos años una resistencia épica o una capacidad de aguante extraordinaria para tolerar la indolencia de una institucionalidad perversa que los condenó al olvido, como si eso hubiera sido lo que se necesitaba para drenar las aguas del Cauca.
Cerrar el boquete siempre ha estado en el centro de sus demandas. Tras la ruptura, el Gobierno Duque anunció obras hidráulicas por $1,8 billones como respuesta a la crisis climática de este extenso territorio, considerado una zona de amortiguamiento o escurridero hídrico de los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge, sobrepasada en sus funciones de regulación de las aguas por los efectos de fenómenos climáticos cada vez más extremos. En los meses posteriores se invirtieron $30 mil millones en dragados, estructuras y canales que terminaron anegados como las miles de hectáreas donde sembraban los agricultores que siguen de brazos cruzados y consumidos por las deudas. Su escenario económico, como el del resto de los mojaneros, es bastante delicado.
En el arranque del Gobierno del Cambio, el presidente Petro comprometió salidas. Pero ante la dimensión del desafío, el primer director de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo (Ungrd), Javier Pava, decepcionó. La gente lo recuerda como un encantador de serpientes que los engañó con falsas promesas para al final decir que no cerraría el chorro. El tiempo que se perdió fue invaluable. La llegada del nuevo director, Olmedo López, alentó esperanzas, luego de dar algunos pasos para superar la situación. Aún está por verse si el Ejecutivo sí ha sido capaz de dejar atrás las lecciones no aprendidas de esta emergencia que ha llevado a la ruina a la región. No más excusas ni actuaciones del manual de estrategias fallidas que unos y otros, en el caso de los últimos directores de la Ungrd, han seguido en la Mojana. Si no fuera por la determinación de sus pobladores que asumieron el papel del Estado ante los recurrentes incumplimientos, la situación sería peor. En esta tierra, muchos repiten aquello de que “el Cauca es un trapo viejo de esos que se remienda por un lado y se rompe por otro”. Sabiduría popular. Pues, al Gobierno le corresponde ahora intervenir el boquete y remendar la confianza perdida por tantos desaciertos y cortocircuitos que se hubieran podido ahorrar apelando a un diálogo respetuoso y constructivo.