El discurso del presidente Gustavo Petro en la instalación de las sesiones ordinarias del Congreso retrata a su Gobierno a la perfección. Improvisado, con escasa autocrítica, por momentos desconectado de la realidad de los territorios, sustentado únicamente en la visión de país que él tiene en su cabeza, pero sin ser capaz de articular un trabajo de carpintería con todo su equipo de colaboradores para formular de manera clara, precisa y técnica esas imprescindibles hojas de ruta, las llamadas políticas públicas, que les permitan alcanzar la justicia social y ambiental de la Colombia, potencia mundial de la vida que proclama dentro y fuera de nuestras fronteras.
Ese es su talón de Aquiles. Al jefe de Estado le sobran razones de peso para que seamos una sociedad más justa, más productiva –eso no está en discusión–, pero le faltan los cómo, lo cual no resulta irrelevante. A fin de cuentas, no se trata de cálculo político, sino de sentido común para no perder el tiempo, que será un bien escaso en lo que le resta de su mandato.
En el escenario natural de la democracia, por primera vez el presidente rindió cuentas sobre su gestión de poco más de 11 meses. Vistosa vitrina en la que expuso durante casi dos horas los asuntos que a su juicio son los más trascendentes, pero sobre todo los que más lo definen: la crisis climática, la acuciante descarbonización de la economía colombiana o sus teorías decrecentistas. En este último punto, sin detenerse en el detalle de cuál es su alternativa al crecimiento.
Aún no tenemos claro cómo el Gobierno generará desarrollo o riqueza para garantizar más y mejor calidad de vida a los ciudadanos si se desincentiva, por ejemplo, al sector minero-energético a marchas forzadas, como es su objetivo, interpretado bastante bien por la exministra Irene Vélez, a quien erigió ante el Congreso como una víctima de la transición energética. Pero ni una sola palabra sobre sus desaciertos al frente de la cartera o sus desafortunados escándalos personales.
Sustituir una verdad por otra, transformar realidades de acuerdo con intereses particulares, eludir responsabilidades o atribuírselas a otros, para quedarse solo con lo que conviene en aras de merecimientos, incluso si no son propios, forman parte del catálogo argumentativo al que nos tiene acostumbrados el presidente. Su intervención del 20 de julio no fue la excepción. Su frase sobre el fin de la guerra entre el Estado y la insurgencia, al margen del trasfondo de su análisis sobre el rumbo que ha seguido la guerra en el país, no fue la más acertada ni ilustrativa de los desafíos actuales, muchos de ellos directamente vinculados a su política de la paz total. Insistió el jefe de Estado en diagnósticos manidos sobre el cambiante escenario de las drogas, pero tampoco aclaró cuáles serán los derroteros a seguir de cara a una lucha que no se está ganando.
Cansino a ratos, sin mucho rigor en otros, se agradece, eso sí, el tono pausado del discurso. El presidente se mostró conciliador, evitando el nivel confrontacional o polarizante de sus peroratas en el balcón de la Casa de Nariño. Consciente de la pérdida de mayorías en el Legislativo o de su favorabilidad, convoca a sectores políticos, económicos, sociales y culturales a un acuerdo nacional que es en sí mismo un “cambio hacia adelante” para darle oxígeno a su agenda inconclusa de reformas sociales. Sin embargo, como el diablo está en los detalles, propone que los demás “cedan”, pero no especifica cuáles serán sus concesiones. Porque, claramente, tendrá que hacerlas, en especial tras su derrota política por la elección del barranquillero Iván Name, de la Alianza Verde, como presidente del Senado. Con el respaldo de los partidos tradicionales, le ganó la partida a Angélica Lozano, quien era carta del ministro del Interior, Luis Fernando Velasco.
Las promesas irrealizables erosionan la confianza ciudadana. Los congresistas que cuestionaron la incoherencia, falta de organización, actos de corrupción, arrogancia o abuso de poder del actual Gobierno, durante el derecho a réplica de la oposición, también lo deben tener en cuenta.
Conviene a todos ser pragmáticos para mostrar resultados. Lo que se viene será un pulso por el poder. También en las elecciones regionales. Una cosa es lo que cabría esperar del Gobierno y otra, claro, lo que debemos exigir. Insistamos en que materialicen sus promesas, ejecuten los proyectos anunciados y saquen adelante una agenda legislativa que mejore lo presente. Veremos qué tan capaces son de lograr consensos. Quizás nos sorprendan, para bien. El país lo demanda.