El mensaje del jefe de la fuerza mercenaria Wagner, Yevgueni Prigozhin, tras su inesperada rebelión contra la cúpula militar de Rusia, poco o nada despeja las dudas sobre la temeraria acción que mantuvo al mundo en vilo. Más bien todo lo contrario. Decir ahora que no buscaba derrocar al Gobierno, sino evitar la desaparición de su grupo paramilitar, mientras dejaba al descubierto lo que llamó “graves problemas de seguridad” del ejército regular comandado por sus acérrimos enemigos, hace todavía más irrespirable el enrarecido ambiente de una historia repleta de deslealtades, flaquezas internas e intrigas, en la que la figura del otrora imbatible autócrata Vladimir Putin vuelve a quedar seriamente cuestionada. Y, sobre todo, amarrada al devenir de la empantanada guerra en Ucrania, que después de la “marcha por la justicia” emprendida por los curtidos milicianos ha empezado a ser también la guerra en Rusia.

En menos de 24 horas, con su veloz arranque rumbo a Moscú, Prigozhin, un millonario con aspiraciones políticas que lidera un ejército privado de 25 mil hombres armados hasta los dientes, buena parte de ellos convictos, protagonistas de incontables batallas en Siria, países africanos y más recientemente en Ucrania, le midió el aceite a su valedor. O al menos, eso era lo que se daba por descontado.

De telón de fondo aparecen también sus conocidas diferencias con el ministro de Defensa y el comandante de las fuerzas desplegadas en esa nación, con quienes sostiene una guerra dentro de la guerra que se libra desde febrero de 2022. Su temeraria movilización de casi 800 kilómetros, en la que apenas encontró resistencia de las exiguas y debilitadas tropas rusas, les envió un inequívoco mensaje, incluido al presidente, para que abandonen la idea de exigirle se subordine a su autoridad. No lo hará. Por eso, les demostró su poder. Más claro, imposible. No son los únicos que quedaron notificados de las flaquezas del ejército ruso, desorganización e improvisación de la élite militar y falta de liderazgo del inquilino del Kremlin.

Este episodio alertó a Occidente sobre el riesgo de una potencial desestabilización, además en cuestión de horas, de la nación dueña de uno de los arsenales nucleares más grandes del mundo. Si el disidente no da marcha atrás y completa lo que parecía un golpe de Estado, ¿en manos de quién habrían quedado esas armas? Preocupante, porque Rusia ya no luce tan imbatible como se creía. La oligarquía que ha respaldado a Putin estará pidiéndole explicaciones.

Esta vez, la sublevación que pudo haber derivado en un conflicto civil fue conjurada gracias a la intervención del componedor Lukashenko, presidente de Bielorrusia, país socio de Moscú, que ofreció exilio al jefe de Wagner. Pero, ¿no habrá una segunda vez o cuál es la garantía de que un hecho similar no vuelva a pasar? Ante las dudas sobre si Prigozhin actuó solo, Estados Unidos toma distancia. Aunque es claro que el presidente Joe Biden evaluará con sus aliados de la Unión Europea y la OTAN lo sucedido para redireccionar sus iniciativas y obtener alguna ventaja estratégica en la guerra.

Otro que también calibra sus movimientos es Putin, quien anuncia el fin de Wagner, pese a que le hará falta en el campo de batalla. Mientras, la invasión a Ucrania, a la que parece haber unido su destino, se prolongue de manera indefinida, no existirá certeza de que pueda mantenerse lo suficientemente fuerte en términos políticos y militares para asegurar su continuidad, lo que dejaría abierta la posibilidad de que sea derrocado. ¿Sería mejor el remedio que la enfermedad? No parece tan claro.

A la comunidad internacional, en especial a China, le convendría ser prudente e insistir en una salida negociada. Desear el final de la ilegal invasión rusa en Ucrania es razonable, pero se debe evitar a toda costa apostar por una aventura más dañina e irracional que la fallida ocupación. Nada más cierto que en una situación tan volátil como esta siempre habrá espacios para que todo empeore aún más. En tanto, Zelenski resiste.