El robo continuado de luminarias, redes y otras piezas de alumbrado público en Barranquilla superó los 874 millones de pesos, solo en 2022. Cifra nada despreciable que K-yena, empresa de economía mixta, de carácter público, encargada de prestar el servicio, reconoce como pérdidas. Pero que en realidad se deberían asumir como recursos importantes que se hubieran podido invertir en mejorar la iluminación en distintos puntos. El asunto es más profundo de lo que parece a simple vista y nos afecta a todos, porque cada vez que se roban o vandalizan alguno de estos elementos esenciales para mantener bien iluminados corredores viales, calles de barrios, parques u otras zonas del espacio público, saquean también, de frente, nuestros propios bolsillos.

Conviene entender que con nuestro dinero, con el que usted y yo pagamos cada mes el tributo de Alumbrado Público, que es un impuesto territorial, se financia en buena medida la operación de esta infraestructura, que esperamos –es lo mínimo- se garantice en óptimas condiciones. Por eso es intolerable que como consecuencia del reprochable accionar de unos cuantos desadaptados, comunidades enteras, en especial menores de edad o mujeres, deban movilizarse con miedo en la noche tras regresar de sus trabajos o, incluso, eviten realizar actividades nocturnas porque sus sectores se encuentran a oscuras. ¿Para qué parques si no se pueden disfrutar, como es lo más lógico, porque unos sinvergüenzas se robaron los cables que alimentan de energía a los postes, que increíblemente también desentierran para llevárselos?

Con lo costosos que resultan estos componentes, el de Alumbrado Público más el de seguridad, en una factura de energía cada vez más intratable, es difícil pedirles a los ciudadanos que mantengan intacta la paciencia. Job solo hay uno: el de la Biblia. Como constató EL HERALDO en uno de sus muchos recorridos por las localidades de Barranquilla, la Norte Centro Histórica es la más afectada por incidentes de esta naturaleza, seguida de las Suroccidente y Suroriente.

Al menos 22 puntos son considerados críticos, entre ellos, la Avenida Circunvalar, en la zona de Alameda del Río, el bulevar de Simón Bolívar, el Parque Almendra, el Parque Metropolitano, o el Parque de La Victoria. En cuanto a sectores con menos luminarias funcionando por robo continuado aparecen el Corredor Portuario, Villas de San Pablo y el Parque Miramar.

Con seguridad son muchos más. Testimonios de comerciantes, amas de casa, padres de familia o estudiantes, todos hastiados de esta recurrente infamia, confirman que buena parte de los barrios de Barranquilla cargan una pesada cruz frente a estos hurtos que por épocas se incrementan con especial intensidad.

Lamentablemente, es un hecho incontestable que robarse estos elementos les sale gratis al puñado de delincuentes de poca monta que ha hecho de semejante bellaquería una forma de vida, sin detenerse a pensar en el enorme impacto social, además económico que causan. Casi siempre son los mismos sinvergüenzas los que con total descaro intimidan y amenazan a los ciudadanos que denuncian sus insoportables estropicios.

Reponer y normalizar cables y luminarias, pero también registros, canalizaciones, empalmes, conectores o sistemas de puesta a tierra requeridos para la correcta operación del servicio no es tan fácil como soplar y hacer botella. Dependiendo de la disponibilidad de materiales, su cantidad y de las autorizaciones para las obras, las intervenciones toman hasta 20 días hábiles.

Mientras, reina la oscuridad con todos sus efectos incómodamente palpables en la vida diaria de ciudadanos molestos que exigen soluciones, más allá de restablecer la iluminación, lo cual se da por descontado. No les falta razón cuando demandan estrategias responsables que zanjen definitivamente esta problemática. Nada más cierto que la relación directa entre la seguridad y la visibilidad de las personas. Las ciudades más inclusivas y seguras son las que están más y mejor iluminadas, señalizadas, equipadas y en un entorno comunitario cercano. Así que es de esperar que esta situación se convierta, de verdad, en un asunto prioritario a resolver con diligencia.