La prensa vive hoy bajo una tensión fuera de lo común. No es solo la persistente violencia de estructuras mafiosas, bandas criminales o la fuerza pública que intimida, amenaza o mata periodistas. Nueve han sido asesinados y cuatro secuestrados en la región de las Américas, desde noviembre pasado. También en este período crítico para la libertad de información, el acoso contra el oficio ha tenido origen en el poder político. Causa perplejidad, así se tenga memoria de que ha ocurrido siempre. Solo que ahora en los frenéticos tiempos de la posverdad, cuando la opinión pública parece secuestrada por el uso engañoso que se hace de las redes sociales, los comentarios injuriosos se reproducen a una velocidad brutal por los clics de quienes perviven enganchados a noticias falsas, teorías conspiranoicas o relatos alternativos de la tiranía política.
En su reunión semestral, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) alertó de la estigmatización de los presidentes de México, El Salvador, Ecuador, Colombia y Costa Rica contra los medios de comunicación. En el caso de nuestro jefe de Estado, citando a la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), la SIP expresó preocupación por sus reiterativos mensajes en Twitter, en los que corrige o reprocha la cobertura que hace la prensa de su gestión. Desconcierta que, en vez de posicionarse a favor de la salvaguarda del periodismo, guardián de la calidad democrática, Petro divulgue contenidos que la SIP calificó como “potenciales generadores de odio”. Así no sea su intención, el mandatario secunda la generación de ambientes permisivos en los que resulta natural agredir a la prensa, atacar su credibilidad o desatar persecuciones digitales.
En Twitter, donde los algoritmos, como es sabido, manipulan e instigan las peores emociones de los usuarios, mientras engrosan el bolsillo de su dueño, el riesgo de que los “reclamos del presidente den pie para que ciudadanos con cierto nivel de intolerancia” arremetan contra los medios, como asegura la SIP, es absolutamente real. Pero Petro no es el único que estigmatiza en redes. El mal ejemplo cunde, sin que se midan sus consecuencias. Ministros, congresistas, alcaldes y otros servidores públicos descalifican en duros términos la labor de la prensa crítica, tratando de censurarla o intimidarla judicialmente. Como si eso redujera los cuestionamientos de ciudadanos desengañados que les demandan asumir sus responsabilidades políticas.
Ni qué decir de los jefes de la guerrilla, organizaciones criminales o grupos delincuenciales que apuntan directamente, dentro y fuera de las redes sociales, contra periodistas que los ponen en evidencia. Se equivocan al intentar validarse a través de estrategias de supuesto carácter político, instrumentalizando a medios de comunicación para llamar la atención o posicionarse ante el Gobierno nacional. Su grosera estrategia vulneratoria de la libertad de prensa ya fue denunciada internacionalmente por la SIP. Rastrear estos abusos y visibilizarlos es vital en un escenario adverso para la prensa por las insidiosas campañas de desinformación o manipulación que alteran los equilibrios democráticos, mientras crecen la autocensura, amenazas, ataques o la desconfianza de las audiencias en los medios tradicionales. Aceptando lo que nos toca, porque claro que cometemos errores, vale precisar que la diferencia con el periodismo ciudadano en redes sociales o el que proclama noticias alternativas, que rara vez se responsabilizan por sus publicaciones, es que nosotros sí estamos sometidos a controles, normas o reglas de los sistemas democráticos.
Hoy, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa, es imprescindible insistir en que su defensa como la protección de los periodistas requiere de nuevas formas. También urge ofrecer garantías de credibilidad a las audiencias que con razón las exigen. Ese es uno de los grandes retos por delante: cómo, en medio de la actual crisis de sostenibilidad de los medios, se fortalece un periodismo de calidad que permita entender qué es verdadero y qué es falso. Afrontamos una pelea que toca dar, pese al relato que se intenta imponer de que engañamos. Cuestionar o criticar no nos gradúa de conspiradores. Incomodar es nuestra esencia. Así que valdría preguntarse: ¿quién miente? Que sea el tiempo de construir un frente común por la verdad para que nuestra sociedad democrática no permita que nadie trate d