Ni verdad ni reparación, mucho menos justicia. 30 años después del asesinato del periodista Carlos Lajud Catalán en Barranquilla, el 19 de abril de 1993, su familia reconoce que se vio obligada a dejar de hurgar sobre los móviles o la autoría de su repudiable crimen por una cuestión de supervivencia. Ante la escandalosa ineficiencia del sistema de justicia permeado quién sabe por qué tipo de intereses malévolos calculados desde el gobierno local, los Lajud con impotencia, dolor y resignación infinitas echaron tierra sobre el caso de su esposo y padre, como le revelaron a EL HERALDO, para evitar ser las nuevas víctimas de los criminales que dieron la orden de silenciarlo. La última amenaza, por si quedaba alguna duda de la vigencia de su sentencia, la recibieron 10 años atrás, cuando el hecho estaba a punto de prescribir, lo que finalmente ocurrió.
Desde su tribuna diaria en Emisoras ABC, Lajud defendió el inconmensurable valor de la libertad de información, como uno de los pilares esenciales de la democracia. Con un estilo vehemente, combativo, casi provocador, a través de su espacio ‘Actualidad Deportiva’ documentó hechos de corrupción consumados por funcionarios públicos, denunció la voracidad de sectores políticos vinculados con negocios ilícitos, puso al descubierto la connivencia de la politiquería con el clientelismo reinante en la ciudad e incomodó a las élites del poder sin escrúpulos. Acostumbrado a no guardarse nada, su investigación sobre los responsables de irregularidades en un millonario proyecto de telefonía fue la única que no logró del todo ver la luz, porque ese día lo mataron.
“Vengan por mí, no tengo miedo”, exclamaba en su programa, uno de los más escuchados de la radio barranquillera. Indudablemente, Lajud fue un hombre valiente que se la jugó por elevar la conciencia pública frente a hechos de corrupción política que ni antes ni ahora deben ser tolerados o normalizados. Su sacrificio lo convirtió en el símbolo de una batalla compartida por mujeres y hombres en el mundo entero que sostienen valores, principios e ideales innegociables en el ejercicio periodístico, esos que hacen posible avances en términos de libertad e igualdad. Hablamos, claro, de una lucha que se libra a diario contra el odio, el acoso, la hostilidad o la intolerancia que siendo realistas aún está lejos de ser ganada. Y todavía peor, el deterioro de libertad de palabra por cuenta de las presiones de grupos económicos, las maniobras judiciales o las demandas intimidatorias para silenciar a la prensa, la hacen más desalentadora.
Con su asesinato hace 30 años, el derecho a pensar y a expresarnos con libertad en Barranquilla quedó herido de muerte. De hecho, es lo que ocurre cada vez que matan a un periodista. Igual pasa cuando sus crímenes jamás se resuelven, no se investigan, sus autores no responden por ellos o la justicia ni siquiera actúa. En definitiva, si la impunidad campea a sus anchas, como sucedió en este caso, la libertad de prensa y de expresión se restringen, acrecentando los ya insufribles niveles de violencia, censura o autocensura de nuestro entorno. Por desgracia es lo que nos espera. Contrariar a quienes ejercen el poder o a quienes los defienden activa y amplifica discursos agresivos e, incluso amenazantes, contra los medios de comunicación, con lo cual denunciar u opinar se traduce en un riesgo creciente. En especial, en redes sociales donde conviven la teoría de la espiral del silencio por miedo con el sesgo cognitivo, conocido como el síndrome de superioridad ilusoria. Al final, todos se lanzan contra todos, incluso gobernantes.
¿Cómo lidiaría Carlos Lajud Catalán con este universo polarizante, tanto el real como el digital, donde la distancia entre el odio es tan reducida en ambos espacios? Difícil saberlo, pero no se quedaría callado. Seguramente, como insinuaba, “el papelito” tendría mucho qué decir. En este aniversario tan simbólico, nos resulta imprescindible evocar su memoria, justo ahora que muchos comprobamos que pocos lo recuerdan. El olvido no es una opción reservada para periodistas como él. Tampoco lo es resignar la exigencia de justicia ni de lucha contra la impunidad que tanto se echan en falta. Que las nuevas generaciones se apropien de su legado reforzaría el mensaje alentado por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) cuando señala en relación con los crímenes de periodistas: “Las voces pueden ser silenciadas, pero la libertad es a prueba de balas”.