Nueva masacre en Barranquilla. La segunda del año. Mismo modus operandi: sicarios motorizados, fuertemente armados, que escalaron, eso sí, su absurdo accionar criminal, disparando en esta ocasión de manera indiscriminada contra una numerosa comunidad desprevenida e indefensa que asistía a un baile de picó en el barrio Villanueva. El saldo de este demencial ataque fue de cinco personas muertas y otras 14 heridas. A simple vista, no parece que los asesinos estuvieran en la búsqueda de determinados objetivos. Sin embargo, la última palabra la tendrá el equipo especializado de investigadores de la Fiscalía, que nos visita cada vez con más frecuencia y que convendría entregara, cuanto antes, el resultado de sus pesquisas tras las matanzas que se nos empiezan a volver paisaje en Atlántico. Vaya horror.
Otra vez, como le sucedió a los residentes de Las Flores y El Santuario, de Barranquilla, y de sectores de Soledad, en las esquinas de Villanueva se observan desgarradoras escenas de familias, compañeros y amigos rotos de dolor, impotencia e indignación que se cuestionan los motivos, ¡si es que puede existir alguna explicación racional a semejante barbarie!, del por qué han sido devastados por una tragedia tan inesperada como descomunal que ha enlutado sus vidas.
Mientras, la Policía Metropolitana encara la situación, asume la gravedad de lo ocurrido, y comienza a barajar hipótesis. En esta oportunidad, el general Jorge Urquijo, su comandante, las enfila a “un reacomodamiento o retaliación de estructuras delincuenciales”, tras sus “actividades operativas” en esa zona de la ciudad. Versión oficial, por el momento.
Hablaremos de esta matanza en los próximos días, sin duda. ¿Hasta cuándo? Seguramente hasta que nos enteremos de una nueva circunstancia violenta, mucho peor, que nos conmocione aún más y disperse la atención sobre el actual suceso.
No deja de sorprender que frente a estos inconcebibles hechos de sangre la memoria funcione con una visión tan limitada o sea excesivamente selectiva. Olvidamos demasiado rápido y seguimos tan campantes, como si nada pasara. Saltamos de una masacre a otra: Barranquilla, Soledad, Barranquilla, Soledad… De hecho, en el país, en lo corrido de 2023, de acuerdo con el registro de Indepaz, la de Villanueva es la número 24 y la quinta en el departamento, con 18 víctimas mortales y una abultada cifra de heridos.
¿Será posible que continuemos con una actitud de desmemoria sistémica sin apenas interesarnos en lo que ocurre en el área metropolitana de Barranquilla o en rutas de creciente conflictividad armada como la Vía Oriental, el corredor costero o la Cordialidad, dándole la espalda a empresas criminales que le han declarado la guerra al conjunto de nuestra comunidad?
Hace rato que la crisis de seguridad que nos consume dejó de ser un asunto exclusivamente de bandidos de poca monta dedicados al narcomenudeo o a la extorsión que se matan entre sí para consolidar aún más su dominio territorial o social, como insisten en señalar. Ellos son apenas el último eslabón de una cadena cancerosa que ha hecho metástasis en todos los niveles de nuestra sociedad, para presionarla a claudicar o a iniciar una retirada. ¿Qué alternativas nos quedan? Libertad y orden.
Lo que ocurre en Barranquilla o en Soledad confirma el alcance del peligroso campo minado en el que se ha convertido gran parte del territorio nacional. Regiones sin dios ni ley por cuenta de estructuras delincuenciales o mafias jerarquizadas concentradas en expandir sus rentas ilícitas mientras el Gobierno nacional les extiende su oferta generosa de paz total. Pero, sin libertad no habrá seguridad, ni tampoco democracia.
No se puede olvidar ni desdeñar el esfuerzo de la Fuerza Pública que en esta labor paga un precio bastante alto. Es hora de garantizar este equilibrio siendo consecuentes con nuestro Estado de derecho. Como lo han demandado los gobernadores del país al presidente Gustavo Petro, quien en un ejercicio de autoridad decidió suspender el cese bilateral con el Clan del Golfo, ante sus repudiables acciones terroristas.
Si el jefe de Estado o los alcaldes de Barranquilla y Soledad evitan encarar la amenaza de los criminales en su justa dimensión o eluden atacar el miedo que produce llamar a los responsables de este horror por su nombre, a los ciudadanos no nos quedará otra salida que lamentar el reguero de muertos que dejan a su paso, pagar por sus extorsiones o chantajes, o acostumbrarnos a vivir con miedo. Una vez más, estamos en sus manos. Esto no es un juego.