Los brasileños tienen una gran responsabilidad en las urnas. Su voto de este domingo será decisivo para una nación que atraviesa uno de los momentos más abstrusos de su historia reciente, donde una de cada 10 personas lucha a diario contra la inseguridad alimentaria moderada o severa (28,9 % de la población, según la ONU), la disparada del desempleo y la inflación, que alcanzó a mediados de septiembre el 7,96 %, ha desencadenado que millones de familias no tengan ‘pan’ para llevar a la mesa, y el aumento de la deforestación en la Amazonía durante el último gobierno amenaza con graves consecuencias climáticas que incluso han llevado a Brasil a convertirse, como ya se ha denunciado, en un paria mundial.
En un país de 217 millones de habitantes, que 33 millones de ellos pasen hambre (un alza del 73 % en los últimos dos años, según la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria (Penssan)) es una cifra escabrosa, pero sobre todo increíble, devela cómo se ha dado marcha atrás a décadas de avances socioeconómicos: los precios de los alimentos y los combustibles se encuentran en niveles impagables para una gran mayoría de la población que, lejos de clamar por promesas populistas de izquierda o derecha, requiere de atención urgente en sus necesidades más básicas. De ahí deberá partir quien se convierta en el ganador en las urnas.
Ese punto de inicio deberá tener en cuenta lo que además la pandemia acentuó en territorios como el Sertão, o interior, una extensión semiárida en el noreste del país, conocida por sequías cíclicas, que con la llegada del covid-19 terminó sumiendo en la pobreza extrema a sus habitantes, quienes en medio de la difícil situación climática, además de las pérdida de vidas, entre el total de 680 mil, no han encontrado la manera de levantarse de la desgracia.
En una situación similar, o tal vez peor, se encuentran municipios como la conocida Região de Queimadas, un asentamiento de casas tradicionales de barro y palos en el que las condiciones de vida de los habitantes son tan precarias que se ha ganado el nombre de ‘África de Brasil’. Allí no basta con llegar con auxilios económicos como los que se han entregado los últimos meses, sino que se debe intervenir con soluciones drásticas que saquen de la miseria a sus moradores.
El nuevo mandatario también deberá enfrentar la presión de la comunidad internacional por retomar la protección y preservación de la Amazonía, pulmón indispensable para lograr la meta de limitar el calentamiento global a un aumento de 1,5 grados. De acuerdo con el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INPE), la pérdida forestal en la Amazonía ha sido tan acelerada que, en 2021, con 13.265 kilómetros de selva arrasados (se llegó al mayor registro en 15 años). Eso traduce en la desaparición, entre 2020 y 2021, al equivalente a 17 ciudades como Nueva York. La Amazonía también está en juego en las urnas, pues Brasil tiene en su territorio el 60 % del bioma amazónico.
A la crisis se suman las constantes alertas del presidente saliente, Jair Bolsonaro, en las que asegura que no se debe confiar en los resultados porque serán fraudulentos, aún sin haberse celebrado los comicios, y por supuesto sin pruebas, que por supuesto han minado la confianza de los brasileños en la democracia –que el país recuperó apenas en 1985– además de que se constituye en una inequívoca estrategia de vieja data que recientemente decidió implementar Donald Trump para ‘tumbar’ la elección de Joe Biden en las presidenciales de 2020, en Estados Unidos.
Así las cosas, la mitad del electorado quiere refugiarse en el discurso de “seguridad” que brinda Bolsonaro, y huir de un posible regreso al comunismo con Luiz Inácio Lula da Silva, recordando constantemente los 500 días que estuvo en prisión por corrupción en el renombrado escándalo de Lava Jato, lo que desencadenó en la caída en desgracia del Partido de los Trabajadores, profundizada por la situación de la destituida expresidenta Dilma Rousseff, mientras la otra mitad añora los tiempos de bonanza con Lula, entre 2001 y 2008, cuando la pobreza bajó del 33 % al 15,5 %, y la Amazonía no estaba siendo fuente de extracción minera, ganadera e invasiones. No hay puntos medios.