Las lecciones de fortaleza física y mental, pero sobre todo de coraje, que las integrantes de la Selección Femenina de Mayores dieron a los colombianos en el transcurso de la Copa América las hicieron merecedoras de significativos logros que indiscutiblemente son motivo de orgullo. Invictas, luego de derrotar con contundencia a los cinco equipos rivales con los que se enfrentaron en el torneo, aseguraron su clasificación al Mundial de Australia y Nueva Zelanda 2023 y a los Juegos Olímpicos de París 2024. Esta admirable gesta, elogiada incluso por los infaltables escépticos o desafectos del futbol practicado por mujeres, todavía puede ser mucho más épica si consiguen vencer esta noche en el juego final del torneo continental a la poderosa Selección de Brasil, que lo ha ganado hasta en siete ocasiones. Objetivo retador, sin duda. Imposible de alcanzar, por supuesto que no. Tenemos con qué soñar, de lejos.
Cada partido de la selección ha confirmado la férrea voluntad de triunfo de una generación de jóvenes deportistas que dentro y fuera de la cancha se esfuerzan por mostrar todo su talento, carácter perseverante y resistencia a la adversidad. Conscientes de que encarnan valores que trascienden lo deportivo y se remontan a una dimensión social, al ser referentes en la lucha por la equidad de género, sus puños arriba durante el juego debut de la copa enviaron un mensaje por la igualdad que derribó prejuicios. Sin pronunciar una sola palabra, su protesta por el incierto futuro de la Liga Profesional Femenina en el país y la inequitativa asignación de premios por su participación en la competencia resultó de una elocuencia atronadora. Este llamado a la unidad por un futuro justo e igualitario para las futbolistas rindió frutos parciales. Bien por ellas. Pero en el fondo, aún persisten asuntos no resueltos que las entidades rectoras del balompié colombiano, en coordinación con el Gobierno nacional, no deberían dilatar por más tiempo.
Sin desconocer los sobrados méritos de nuestras selecciones masculinas ni las incontables alegrías que nos han proporcionado durante décadas, las jugadoras de los combinados nacionales, luchadoras imbatibles en sus distintas categorías: la sub-17, la sub-20 y la de mayores, redondearon un año de indiscutibles éxitos al asegurar sus clasificaciones a los mundiales. La tarea está cumplida, al margen del resultado de la final de este sábado ante Brasil, que llega como el colofón de un trabajo bien hecho, producto de la excelencia, la convicción y la humildad. Si bien es cierto que el fútbol femenino no goza de la popularidad del practicado por los varones, es momento de articular esfuerzos entre distintos agentes del sector público y, en especial, del privado, para comprometerlos a impulsar su crecimiento que está siendo imparable. Basta con detenerse a echar un vistazo en las canchas, escuelas y campos de zonas urbanas y rurales del país, donde cada vez más niñas y jóvenes talentosas anhelan una oportunidad que las ponga en la palestra, asegurándoles un ilusionante presente y futuro a nivel nacional o internacional.
Sueñan con ser las herederas de Daniela Montoya, Leicy Santos, Catalina Usme o Linda Caicedo, solo por citar a algunas de nuestras futbolistas que llevan años abriéndose paso, ganando espacios y demostrando cómo enfrentar y superar reveses impregnados de la toxicidad de los prejuicios machistas. Imparables, ellas son frac y overol en una cancha, artistas y obreras, pura magia y trabajo. Nada les ha quedado grande: corren, caen, se levantan, se abrazan y celebran como una sola. Las mujeres futbolistas lo vuelven a hacer. Una vez más, con empeño, disciplina, sacrificio, calidad y mucha firmeza, están dejando el nombre de Colombia en alto. Adelante, tienen todo nuestro respaldo, gratitud y reconocimiento. Ustedes ya han hecho historia.