Extenuante está resultando la recta final de la campaña electoral en su cuenta regresiva hacia la primera vuelta presidencial. A medida que el momento de las votaciones se acerca, un asfixiante clima cargado de toxicidad ha envenenado casi por completo el debate político que hoy cabalga sobre el farragoso terreno de la descalificación personal entre Federico Gutiérrez y Gustavo Petro; los insultos partidistas entre el Pacto Histórico, el Centro Democrático, la Coalición Centro Esperanza; o los repugnantes ataques machistas o racistas contra Ingrid Betancourt y Francia Márquez. La mayor parte de ellos sustentados en mentiras desenfrenadas, desinformación con potencial desestabilizador e incluso resentimientos ilimitados o discursos de odio que ponen en evidencia desesperadas maniobras para estigmatizar o desprestigiar no solo las propuestas de contrarios, sino a ellos mismos como figuras de dimensión política y hasta seres pensantes, como parece haberle sucedido a Sergio Fajardo.
Enfrentamos una amenaza existencial capaz de distorsionar la realidad y poner en riesgo los valores democráticos. Pero en vez de abrir la discusión sobre una sensata toma de conciencia o un examen autocrítico para encarar semejante universo de falsedades, enardecer las llamas de la polarización es la única respuesta que ofrecen los instigadores del momento. No es de extrañar que así sea. Con todo lo que está en juego, y pese a la desazón que tan indeseable escenario provoca en buena parte de los electores haciendo más difícil su voto, se da por descontado que las maquinarias de la confrontación destructiva no retrocederán ni un milímetro en sus marcadas agendas para alcanzar el poder. La suerte está echada. Vencer, al costo que sea y pasando por encima de quienes haga falta, parece ser el único horizonte posible en esta visceral campaña, en la que las redes sociales están teniendo un peso descomunal.
Sin tregua, los algoritmos de las plataformas digitales visibilizan todo tipo de teorías, algunas de ellas cínicamente descabelladas, para confirmar a como dé lugar la irrefrenable decadencia moral –casi delincuencial– de la derecha; la insufrible tibieza del centro o de quienes decidan votar en blanco, y por supuesto el talante populista radical y divisivo de la izquierda. Paradigmas extremistas, entre muchos otros, alimentados con mezquinos cálculos electoreros desde distintas orillas y divulgados hasta en los chats familiares para fomentar la desconfianza institucional o la desafección hacia una u otra posición ideológica, e inclusive justificar vergonzosas acciones de violencia política. Narrativas absolutamente irresponsables que nos distancian de deseables escenarios de madurez política en los que se anteponen el debate de las ideas a la ofensa, la provocación o la agitación destructiva.
No se trata de pensar igual, sino de entender que las posiciones de los otros, como las propias, también deben ser respetadas, al menos. Un asunto de mínima tolerancia, valor fundamental como la justicia, la igualdad, la dignidad o la solidaridad, que debe prevalecer en las sociedades democráticas. Desafortunadamente, no está siendo relevante en medio de la campaña electoral. Sin embargo, los candidatos presidenciales no deberían subestimarla. Quien llegue a gobernar la necesitará, y mucho, para construir consensos. Despojarse de egos, soberbias o vanidades no solo les serviría para acercarse a quienes aún no deciden su voto. También les podría ser útil para evitar caer en perversos impulsos mesiánicos que los conduzcan a usar argumentos ad hóminem contra sus legítimos adversarios en la actual contienda electoral. Lamentablemente, ni ellos ni su entorno, debido al escalofriante nivel de pugnacidad política al que se ha llegado, han dado el ejemplo esperado, y más bien han elevado a sus competidores a la categoría de enemigos acérrimos para que les resulte más fácil cancelarlos definitivamente de la conversación pública.
Aún quedan dos semanas hasta la primera vuelta. Y se esperan, porque así se ha anunciado, duras acusaciones contra los candidatos. Munición electoral que anticipa más hostilidades en esta campaña sucia. Antes de mirar hacia el futuro, conviene prepararse para una arremetida de maniobras políticas controversiales en las que gravitarán inevitablemente, además por los cuestionamientos que pesan sobre la Registraduría Nacional, conjeturas sobre un eventual fraude electoral. No cabe duda de que lo que está por venir debe ser tomado en serio.