La tormenta perfecta desatada por la guerra en Ucrania, que llega a su día 46 sin el menor asomo de parar, ha provocado una crisis energética y alimentaria con impacto global que amenaza con acrecentar los problemas estructurales de economías en crecimiento, como la nuestra, que aún no han podido mitigar el aumento en sus índices de pobreza e informalidad ni tampoco revertir las pérdidas sufridas durante los dos últimos años, como consecuencia de la pandemia. Desafiante panorama que en nuestro caso coincide con la incertidumbre propia del convulso tiempo electoral.

A las crisis no superadas, como la de la logística internacional, la inflación de finales de 2021, las tasas de interés al alza o el endeudamiento, se suman la escalada en el precio del petróleo y el costo de los alimentos. Estos últimos, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), alcanzaron "un nuevo máximo histórico que golpeará más duramente a los pobres”. Escenario de carestía en el que destacan el trigo, el maíz o los aceites vegetales, efecto de la invasión rusa en Ucrania, considerada el granero de África y Oriente Medio. Con sobradas razones, organismos humanitarios advierten sobre un eventual “colapso del sistema alimentario mundial” que desataría un “huracán de hambre” en naciones pobres, donde sus habitantes dependen de las agencias internacionales para sobrevivir.

En Colombia, la inflación interanual fue de 8,53 % en marzo, el mayor dato desde 2016, presionada justamente por la subida de alimentos como la papa, la yuca, el plátano, arroz, la carne de res, el pollo, la leche y los huevos. Como ocurre más allá de nuestras fronteras, familias frágiles –sin recursos ni ingresos fijos que no se reponen del daño que la emergencia sanitaria causó en sus inestables economías– siguen padeciendo el deterioro de su seguridad alimentaria por los costos impagables de la comida. El retrato del día a día de muchos hogares de Barranquilla, Soledad u otros territorios del Atlántico, donde el empleo, pese a recuperarse, no se sitúa todavía en los niveles prepandemia.

Aunque nos encuentre tan lejos, la guerra en sí misma, y la confluencia de circunstancias que la rodea ha precipitado decisiones económicas que afectan. Entre ellas, la rebaja en la proyección de crecimiento para América Latina y el Caribe en 2022, hecha por el Banco Mundial, que pasó del 2,6 % al 2,3 %. Sobre Colombia, la estimación es de 4,4 %, mucho más reducida que la anunciada por el FMI y la OCDE. Nuestra región, una de las que resultará más impactada por el nuevo contexto, había registrado en 2021 un retroceso de 27 años en sus avances sociales, derivado del aumento de la pobreza, lo que la hizo más endeble, al tiempo que agudizó sus asimetrías globales.

Las inesperadas alteraciones producidas por el conflicto en Ucrania podrían empeorarlo todo. En especial, la ineficiente e injusta desigualdad que, como señala la Cepal, “conspira” contra posibilidades de desarrollo sostenible, exacerba brechas estructurales y encona situaciones como la baja innovación, inversión y productividad, que desde antes de la pandemia acosaban, particularmente, a Colombia. Aunque nuestro país, como pronostican analistas económicos, resista el choque originado por la guerra en Europa, las actuales tensiones inflacionistas podrían ser fuente de conflictividad social.

Es hora de que Colombia aborde una discusión de fondo acerca de la conveniencia o no de su actual modelo económico que ha demostrado ser ineficiente para reducir pobreza y desigualdad. No se trata de convertirnos en un país comunista, ¡faltaría más!, sino de discutir propuestas que nos acerquen a consensos o pactos para asegurar desarrollo productivo, crecimiento incluyente y sostenible. Sobre la mesa no deben faltar fórmulas para encarar el déficit fiscal, el desperdicio de la vocación agrícola, la dependencia del petróleo y la transición energética, las nuevas formas de trabajo, la crisis pensional, la informalidad laboral, las inequidades de género, la brecha digital, la baja calidad de la educación o las desigualdades regionales. Asuntos que deben ser determinantes para quienes aspiran a gobernarnos porque de ello dependerá el futuro de nuestra estabilidad política, económica y social. ¡Que se abra el diálogo! Hoy EL HERALDO presenta las primeras iniciativas de los candidatos presidenciales.