Casi dos años después del inicio de la pandemia de covid-19, su devastador efecto en la salud mental de las personas es incalculable. Demasiadas cargas se han sumado en este tiempo tan adverso, como consecuencia de los aislamientos prolongados, pérdidas de seres queridos, deterioro socioeconómico, o episodios emocionales intensos. Su descomunal impacto erosionó la vida de quienes de un momento a otro empezaron a afrontar ansiedad, depresión, estrés postraumático o hasta pensamientos suicidas.

Aunque parezca contradictorio por el injustificable estigma social que comportan las enfermedades mentales, las personas deben saber que su situación de inestabilidad o desequilibrio, en medio de las actuales circunstancias, es más normal de lo que puedan imaginar. Sentirse tristes, atemorizados, molestos o preocupados no puede ser motivo de exclusión ni discriminación, ¡de ninguna manera! Las crisis alrededor del virus nos han afectado a todos, solo que a algunos los han golpeado con más dureza. Entre ellos a quienes ya padecían trastornos mentales. Los profesionales sanitarios también han resultado duramente dañados.

Al ser cada vez más necesarios, urge que los servicios de apoyo emocional, atención médica o los tratamientos a largo plazo, para hacer frente a las fragilidades manifiestas en la salud mental de la población, sean incorporados a los sistemas de salud. Buscar asistencia de sicólogos y siquiatras para encarar las patologías mentales derivadas de la pandemia no puede convertirse en un nuevo factor de desigualdad en el modelo de prestación de servicios de un sector tan históricamente inequitativo. La realidad ha demostrado que el abordaje de los problemas mentales no da espera.

En Barranquilla, cerca de 10 mil personas han sido atendidas a través de la estrategia ‘Vacuna Emocional, Hablemos’, que habilitó espacios de escucha en parques, centros comerciales y escenarios deportivos. Ciudadanos de todas las edades y características económicas o sociales se acercaron de manera voluntaria, en algunos casos no solo una vez, sino en repetidas ocasiones, a los equipos de la Secretaría de Salud y el Centro Terapéutico Reencontrarse, para desahogarse y recibir orientación especializada. Del total de asistentes, el 13,5 % fue remitido a seguimiento y control de sus EPS, luego de que se detectaran señales de alerta en su estado mental. Corresponde al Distrito mantenerlo, e incluso fortalecerlo.

Quienes buscan atención o ayuda para superar su recurrente tristeza o la pérdida de interés en sus actividades cotidianas han dado un paso realmente importante. Han sido capaces de reconocerse en riesgo, lo que les permite estar cerca de encontrar una salida. Lamentablemente, no siempre es así. Por eso, se hace imprescindible reforzar los servicios de salud mental en entornos educativos, laborales y sociales, para ofrecer posibilidades reales de respaldo emocional a quienes lo necesitan, pero no se sienten con fuerzas para advertirlo.

Si no se actúa a tiempo, la factura a pagar podría ser extremadamente alta. En particular, respecto a niños y jóvenes, los más vulnerables a los nocivos efectos de la pandemia, aún vigentes en muchos hogares. Unicef calcula que uno de cada siete menores ha sido afectado por los confinamientos, la interrupción de sus rutinas escolares y recreativas, la preocupación por la falta de ingresos familiares y la salud de sus seres amados. Dramas personales que no se pueden seguir desconociendo ni considerando episodios aislados o penosas tragedias familiares cuando sus protagonistas deciden quitarse la vida.

Gobiernos ni sociedades deberían subestimar el aumento en la tasa de suicidio de esta población. Aunque imperceptibles, porque no van acompañadas de lesiones corporales ni sangrantes heridas, los daños en la salud mental de los menores condicionarán su vida futura. No será posible avanzar en una plena recuperación pospandemia, si no se integra este componente esencial a la ecuación, destinando considerables recursos para intervenir las patologías mentales. Ya es hora de que hablemos en voz alta y de frente sobre ellas, rompiendo el silencio y eliminando su estigma, a ver si de una vez por todas somos capaces de entender el drama de quienes las padecen.