Desconcierta, por decir lo menos, la convocatoria del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, a los empresarios colombianos para retomar sus inversiones en el país. Justifica el llamado, bastante inesperado por cierto, en su decisión de abrir el paso comercial fronterizo, en el estado Táchira. Conviene precisar que, pese al anuncio hecho por la vicepresidenta Delcy Rodríguez desde el pasado lunes, a día de hoy el cierre se mantiene. Más allá de lo anecdótico de sus expresiones, entre ellas la mesiánica frase “Bienvenidos, colombianos y colombianas, venid a mí, venid a nosotros con vuestras inversiones”, la actitud del mandatario esconde “gato encerrado”, en una dimensión económico-política.
Es evidente que las condiciones de vida en Venezuela son paupérrimas. El 94,5 % de sus habitantes se encuentra por debajo del umbral de pobreza, mientras que 3 de cada 4 viven en situación de absoluta miseria, según un estudio de la Universidad Católica Andrés Bello. Desde hace más de seis años, este país, otrora emporio petrolero global, soporta una catástrofe económica, producto de la pésima gestión del Gobierno, reflejada en escasez de productos básicos, fallidos procesos de reconversión incapaces de atajar la galopante hiperinflación y pérdida de soberanía monetaria. Caóticas realidades que acosan a millones de personas demandantes de ayuda alimentaria para sobrevivir.
Abrir la frontera insuflaría al régimen aire fresco para paliar la precariedad que asuela a su gente. Indudablemente, la empobrecida Venezuela de Maduro necesita a Colombia. Por tanto, en la reapertura de los pasos fronterizos con la reanudación de las actividades comerciales estaría la clave para recibir más flujo de recursos. Aún está por verse, en todo caso, si los empresarios colombianos se le miden a invertir en un país con una economía paralizada. Si apenas en el inicio de la crisis, cuando Hugo Chávez aún gobernaba, Venezuela demostró ser mala paga, ¿qué podría esperarse del actual momento? No le falta razón al presidente Iván Duque cuando califica la ‘invitación envenenada’ de Maduro como "cantos de sirena desde la dictadura".
Del lado político, la jugada del régimen apuesta por impulsar la aspiración electoral de su hombre fuerte en la zona Fredy Bernal, bautizado por el chavismo como el Protector del Táchira. No es difícil concluir que Maduro busca convertir la apertura en un anticipado triunfo para Bernal –candidato a la Gobernación del estado–, y de paso para el oficialismo que se medirá con la oposición en las elecciones locales y regionales de noviembre. En plena campaña, Bernal cobra a su favor la inminente apertura fronteriza, poniéndole el ribete de una promesa electoral cumplida. Hartos del tire y afloje de Maduro y su corte, los ciudadanos en la frontera se muestran escépticos. Estiman que el retiro de los contenedores es parte de un “show electoral y mediático” que les produce desconfianza. No son los únicos. Como era previsible, luego de advertir la intencionalidad política de la apertura, Duque indicó que “los colombianos no se prestarán para ser idiotas útiles de las pretensiones electoreras” del régimen. Sin embargo, las relaciones bilaterales no pueden seguir congeladas por tiempo indefinido. En su tramo final, este Gobierno debe hacer un esfuerzo adicional para retomar los servicios consulares, al menos.
Nadie en su sano juicio duda de que la apertura de la frontera –cerrada desde 2015– es una clamorosa necesidad. Decenas de miles de ciudadanos, en especial los migrantes pendulares –quienes estudian, trabajan o sostienen intercambios comerciales en Colombia– se han visto perjudicados. Los cierres ordenados por Caracas, determinaciones carentes de sentido común que desconocieron los históricos vínculos entre dos pueblos hermanos, dispararon la ilegalidad en una frontera permeada por organizaciones criminales y economías ilícitas de ambos países. Los aberrantes abusos contra los migrantes irregulares, víctimas de tenebrosas mafias de tráfico de personas, tienen que parar. La reapertura de una frontera común no debería ser una decisión unilateral e inconsulta de un gobierno con cartas marcadas. No debería, pero así ocurre al tratarse de Venezuela. Frente a este despropósito, Colombia tendrá que ir un paso adelante para evitar que la acostumbrada improvisación y cálculo político del chavismo continúen afectando los derechos de quienes reclaman un tránsito seguro.
Si apenas en el inicio de la crisis, cuando Hugo Chávez aún gobernaba, Venezuela demostró ser mala paga, ¿qué podría esperarse del actual momento? No le falta razón al presidente Iván Duque cuando califica la ‘invitación envenenada’ de Maduro como "cantos de sirena desde la dictadura