2020 pasó a la historia por ser el primer año de la pandemia y por registrar las temperaturas más elevadas y las mayores tragedias ambientales que se recuerden, como el destructor paso de Iota por Colombia; además de inundaciones, sequías, tormentas, incendios forestales y otros desastres naturales que nos alertan acerca de la gravedad de la emergencia climática que afronta la humanidad y la biodiversidad del planeta como consecuencia del calentamiento global, una catástrofe mucho más mortal que la covid-19 que se aproxima a un escenario irreversible.
El impacto del cambio climático intensifica la magnitud de estos desastres provocando enorme sufrimiento entre las comunidades más expuestas, mientras genera elevados costos económicos por los daños en ecosistemas e infraestructuras debido a los devastadores efectos de los fenómenos meteorológicos extremos. Urge acelerar los esfuerzos para hacerle frente a esta crisis limitando el calentamiento global y poniendo en marcha acciones de adaptación climática para mitigar los riesgos de los territorios vulnerables y de las personas que en ellos habitan.
Asegurar el bienestar humano, así como proteger, gestionar de manera sostenible y restaurar el medio ambiente son tareas inaplazables no solo por razones morales, sino también estratégicas relacionadas con el deterioro de la salud de las personas y las incalculables pérdidas económicas desencadenadas por episodios climáticos extremos cada vez más frecuentes. Los gobiernos, en todos los niveles, deberían entenderlo así comprometiéndose con la implementación de sistemas de información climática, alertas tempranas, medidas de protección e inversiones en un futuro más verde. Estrategias soportadas en el conocimiento científico a partir de experiencias reales, pero en la mayoría de los casos aún aplicadas a medias.
Como se ha hecho con la pandemia en todo el mundo durante el último año y medio, dar voz y visibilidad a los expertos es fundamental para frenar la inconciencia o indiferencia de quienes por desconocimiento o mala fe dudan, en este caso, del alcance real del cambio climático y sus comprobados efectos vinculados con sequías, inundaciones y el aumento del nivel del mar. Quedarse de brazos cruzados, mirando hacia otro lado o esperando que el vecino reaccione no es sensato ni coherente con la espantosa realidad de ‘extinción humana’ anticipada hace un tiempo por un prestigioso panel de científicos en un documento publicado en el sitio Frontiers in Conservation Science, que advierte sobre el calamitoso estado del planeta, bastante peor de lo conocido hasta ahora, según la escala de amenazas a la biosfera y a todas sus formas de vida, incluida la de los seres humanos, detallada en más de 150 estudios que se ocupan de los retos ambientales a nivel mundial.
Superar esta crisis medioambiental que causa más de nueve millones de fallecimientos prematuros cada año requiere soluciones basadas en la naturaleza con la que debemos hacer las paces cuanto antes. Todos las personas tienen derecho a vivir en un medio ambiente limpio en el que se respete y proteja su salud y dignidad. Es apremiante prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas en todos los continentes y océanos para evitar una inminente catástrofe climática en la próxima década, último plazo dado por los científicos para sanar el planeta, como advierte Naciones Unidas en su mensaje anual. La humanidad no puede seguir por el camino contrario aproximándose a un punto de no retorno que, sin remedio, hipotecará irremediablemente nuestro futuro y el de las generaciones por venir.