Se reabren hoy las playas del Atlántico bajo estrictas medidas de control de ingreso y bioseguridad para garantizar el distanciamiento físico de los visitantes, a los que se les exigirá acatar las normas básicas de higiene porque el virus no se ha ido, aunque muchos erróneamente crean lo contrario.
Aunque en un primer momento la Gobernación había considerado la medida de ‘pico y cédula’, finalmente se implementará el ‘pico y placa’ para los vehículos que accedan a estos espacios al aire libre que, de acuerdo con la reglamentación expedida, deberán regular su aforo a la mitad de su capacidad máxima. Además, los paseos de olla están prohibidos, así como la venta de bebidas alcohólicas en los restaurantes y en el espacio público.
Todas las playas del departamento vuelven a ofrecer sus servicios, excepto las de Tubará, entre ellas Caño Dulce, Puerto Velero o Playa Mendoza, donde las autoridades decidieron aplazar la reapertura unos días más a la espera de la reducción de la incidencia del coronavirus en el municipio.
Este regreso, planeado de manera gradual y segura por la Gobernación del Atlántico, la Dirección Marítima (Dimar) y las alcaldías municipales costeras durante los últimos dos meses, demandó un trabajo articulado para ofrecer a los bañistas todas las garantías, desde controles en el ingreso y señalización de las playas, en las que se deberá mantener una distancia de al menos 4 metros entre las casetas, hasta la delimitación de las zonas de parqueo de vehículos que ya no podrán ubicarse en las inmediaciones de los restaurantes.
Adicionalmente, cerca de 180 caseteros fueron capacitados por la Cámara de Comercio de Barranquilla que les ofreció herramientas para su reactivación luego de más de cinco meses de cierre por la emergencia sanitaria. Ellos son pieza fundamental en la adecuada y sostenible reapertura de las playas del Atlántico. Ninguna recomendación está de más a la hora de dar cumplimiento a los protocolos de bioseguridad por parte de meseros, cocineros y todo el personal encargado de restaurantes y hoteles de la zona, llamados a dar ejemplo a los turistas que los podrán volver a visitar desde hoy.
Sin embargo, este es un ejercicio de responsabilidad ciudadana de ida y vuelta. Los barranquilleros y el resto de los atlanticenses que llevan meses soñando con recorrer las playas, tras un inclemente encierro, deben saber que no podrán hacerlo ni de manera masiva, ni con la ligereza con la que lo hacían antes de la pandemia.
Guardar la distancia de seguridad de al menos dos metros sigue siendo esencial porque la vía de transmisión del virus es la misma: a través de las gotitas de saliva que se producen al estornudar, toser o hablar en voz muy alta, así se esté al aire libre. Si bien es cierto que el riesgo que se corre es muchísimo menor que en un espacio cerrado, lo ideal es evitar la proximidad física, los deportes colectivos y las reuniones numerosas en la playa. Darse un baño de mar, en cambio, no supone ninguna amenaza de contagio.
Retornar a la playa representa una oportunidad única para reencontrarnos con nuestra esencia caribe, no hay que obsesionarse con las precauciones ni llegar al exceso, sólo aplicar sentido común y el máximo compromiso para no convertir estos maravillosos escenarios naturales en un nuevo basurero de tapabocas u otros residuos orgánicos e inorgánicos.
Las playas nos esperan limpias, sanas y más hermosas que nunca, luego del prolongado confinamiento del principal responsable de su contaminación. Así deberían permanecer.
Proteger y preservar la naturaleza como fuente de la salud humana es también tarea de todos en esta ‘nueva realidad’, en la que los inéditos hechos desatados por la pandemia le demandan a cada persona replantear la relación que tiene con su propio bienestar, con el de los demás y su entorno. Volver a la playa es una prueba de fuego que requiere enormes dosis de cultura ciudadana y responsabilidad individual y colectiva. Que a nadie le quede grande.