Cuenta regresiva para la elección del defensor del Pueblo. Uno de los cargos de mayor importancia en Colombia, un país donde tristemente se volvió paisaje la vulneración de los derechos humanos. La Defensoría tiene su razón de ser en la lucha valiente, estoica e inalterable que debe dar a diario para visibilizar a quienes permanecen ocultos e imperceptibles por la lamentable indolencia de los indiferentes.

El defensor del Pueblo tiene casi tantas funciones como departamentos el país, 30, según establece el propio manual de la entidad. Sin embargo, la más trascendente debe ser acompañar de manera permanente a quienes perdieron la confianza y hasta la esperanza en que sus derechos fundamentales sean reivindicados por los organismos competentes. No en vano el año pasado se interpusieron más de 620 mil tutelas, de acuerdo con el reporte entregado por esta entidad rectora de la defensa, promoción, protección y divulgación de los derechos humanos en Colombia.

Meterse de lleno en una batalla jurídica para que atiendan a un hijo con cáncer o le entreguen una ayuda humanitaria para sobrevivir, obligaciones legales de instituciones públicas y privadas, demuestra la desmoralizadora indefensión en la que se encuentra buena parte de los habitantes de esta nación tan esforzada.

Con una inconmensurable vocación de servicio, el caucano Carlos Alfonso Negret se consagró a ser un defensor del Pueblo cercano, íntegro y competente, en otras palabras, trabajó por reivindicar la misión esencial de esta dignidad. Bajo innegociables principios de justicia, probidad y neutralidad acudió al encuentro de los ciudadanos de a pie, a los que buscó en los sitios más recónditos de la Colombia profunda: la Sierra Nevada de Santa Marta, el Catatumbo, el Andén Pacífico, el Macizo colombiano… incontables destinos, cuál más distante y distinto que el otro, pero aquejados todos de una misma ausencia, la de la institucionalidad que Negret y su equipo de la Defensoría les recordó que sí existía y que no era solo un invento de generaciones pasadas.

Hace 4 años su elección en la Cámara de Representantes se produjo en medio de fuertes cuestionamientos y todo tipo de descalificaciones por la validez de sus competencias para el puesto. Hoy a punto de terminar su período sigue insistiendo en el mismo mensaje que inspiró su gestión y que entregó con igual devoción al secretario general de la ONU, a las víctimas del conflicto, a los actores armados ilegales y a los labriegos de los territorios más martirizados que visitó: “Colombia se merece la paz y no la guerra”. Hoy se marcha reconocido como un “servidor ejemplar”, así lo calificó el excandidato presidencial Humberto De la Calle.

Myriam Carolina Martínez Cárdenas, Carlos Camargo y Luis Andrés Fajardo integran la terna para suceder a Negret. Mientras la directora de la Agencia de Tierras cuenta con el respaldo de algunos sectores de las organizaciones de víctimas, Camargo – actual director ejecutivo de la Federación Nacional de Departamentos – tiene el apoyo de seis partidos políticos y su elección se da como un hecho.

En su presentación ante la Cámara los candidatos coincidieron en temas claves como reforzar las estrategias de protección de los líderes sociales y extremar la vigilancia de los recursos públicos invertidos para apoyar a los colombianos afectados por la pandemia. Todo cuenta, todo vale en esta Colombia en la que son casi ‘infinitas’ las asignaturas pendientes para garantizar el cumplimiento de los derechos ciudadanos en medio de esta extendida crisis humanitaria. Valga la hipérbole.

Mesurado, prudente y comedido, Carlos Negret comentó acerca de su sucesión en respuesta a una pregunta de quien escribe. "El defensor tiene que ser una persona íntegra y respetar al que tiene al frente. Tiene que trabajar con el señor presidente y con el campesino. Tiene que escuchar con paciencia. Vivir como vive el ciudadano de a pie. La gobernanza tiene que ser con cariño, amor y respeto y no con dolor. Colombia tiene que reconciliarse, no podemos seguir haciéndonos daño”, dijo.

En tiempos de una polarización cada vez más feroz, es incalculable el reto de quien asumirá este compromiso con los derechos humanos y está llamado a ejercer a una magistratura moral en defensa de los ciudadanos más débiles y a convocar a gobiernos y autoridades a respetar y garantizar su protección. Lealtad, firmeza e integridad, pilares irrenunciables a la hora de persistir en la construcción de un mejor país, bandera de la Defensoría. Resultaría un despropósito desandar los caminos recorridos en los territorios y con la gente.