Dos matanzas ocurridas en un intervalo de pocas horas en dos ciudades de Estados Unidos, que provocaron al menos 29 muertos, han sumido al país más poderoso del mundo, como no podía ser de otra manera, en un estado de conmoción.
Los asesinatos colectivos en colegios, en templos o en establecimientos públicos no son una novedad en EEUU. Sin ánimo de trivializar una situación trágica podríamos decir que casi forman parte del paisaje de un país donde, según las estadísticas, hay más armas que habitantes.
Sin embargo, lo ocurrido en esta ocasión –en particular con la masacre en El Paso, Texas, el sábado, que dejó 20 muertos– tiene un elemento que le confiere una dimensión política al caso, en el sentido de que el presunto asesino habría actuado movido por el odio a los inmigrantes mexicanos.
Los críticos de Donald Trump no han perdido tiempo para establecer conexiones entre la matanza y el clima de hostilidad hacia los inmigrantes de países pobres que ha alentado el presidente de EEUU desde antes de llegar a la Casa Blanca. De momento, las acusaciones provienen de algunos opositores demócratas aislados, pero es previsible que este asunto caldee el debate político en las próximas semanas.
En matanzas colectivas anteriores, lo habitual era que se suscitara de inmediato el debate sobre el fácil acceso de los estadounidenses a las armas. Sin embargo, todos los intentos por abolir la Segunda Enmienda de la Constitución, que consagra el derecho de los ciudadanos a adquirir y portar armas, se han desbaratado ante el poder omnímodo de la Asociación Nacional del Rifle.
Seguramente este viejo debate se reabrirá tras las matanzas del sábado en El Paso y de la madrugada del domingo en Dayton, Ohio. Pero, como decíamos con anterioridad, esta vez la polémica tendrá un foco añadido en el tema de la inmigración, que Trump ha convertido en uno de los ejes de su discurso político.
El presidente ha condenado los atentados y ha manifestado que el odio no cabe en EEUU. Sin embargo, un simple repaso a las hemerotecas basta para recordar la cantidad de decisiones y de mensajes en que el mandatario ha evidenciado su animadversión –confusa, arbitraria, temperamental– hacia latinoamericanos, africanos y asiáticos.
Responsabilizar a Trump de la matanza de Texas podrá ser exagerado. Un muchacho desequilibrado, imbuido de adoctrinamiento supremacista y con fácil acceso de armas, puede provocar una masacre en cualquier momento y bajo el mandato de cualquier presidente.
Sin embargo, cuando desde el propio centro del poder del país se envenena el ambiente con constantes discursos xenófobos, lo mínimo que cabe exigir es moderación y sensatez. Una contención en el discurso del presidente quizá no evite nuevas masacres, pero al menos disiparía cualquier sospecha de que las instituciones ayudan a generar el clima para su perpetración.