Mucho se ha escrito sobre los incendios provocadas en la Isla Salamanca. No solo sobre los estragos que tales acciones causan en uno de los ecosistemas más ricos del país, sino, también, sobre los efectos perturbadores que las humaredas tienen en la vecina ciudad de Barranquilla.

Las criminales quemas en el parque natural han forzado en repetidas ocasiones la intervención del Gobierno central. En 2015, año en que se multiplicaron con especial virulencia estas acciones, el entonces ministro de Ambiente, Gabriel Vallejo, anunció una serie de medidas para evitar nuevos atentados contra el espacio natural. En una primera ocasión dijo que se reforzaría la vigilancia policial y se promoverían alternativas de sustento para los habitantes de la isla. Más tarde, como las quemas arreciaban, habló de enviar carabineros.

Las autoridades centrales harían bien en explicar cómo se encuentra en este momento la estrategia de preservación de Salamanca, porque, pese a todos los anuncios, los incendios continúan. De acuerdo con un informe publicado el domingo en este diario, en lo que va del año se han presentado dos quemas que han afectado 17,5 hectáreas. En 2017, siete incendios comprometieron 61,8 hectáreas.

Podrán parecer cifras pequeñas, si se considera que la extensión total del ecosistema es de 56.200 hectáreas. Sin embargo, tal como señalan los expertos en la materia, estas acciones, por muy aisladas e insignificantes que parezcan, terminan perjudicando al conjunto del territorio mediante una suerte de efecto dominó.

Y, tal como se señaló con anterioridad, están las consecuencias que las quemas tienen en Barranquilla. En ese sentido, hay que felicitar a la Universidad de la Costa (CUC) por el oportuno informe que han elaborado sobre el impacto de las humaredas de la isla Salamanca en la salud de los barranquilleros. En concreto, en los ciudadanos más expuestos a sus efectos nocivos, ya sea porque residen o porque trabajan en los barrios más próximos a la ribera.

El estudio incluye una serie de mediciones en dichos sectores que revelan que las ‘lluvias de ceniza’ procedentes de la otra orilla del río Magdalena llegan a multiplicar hasta por 20 la contaminación ya existente en la capital del Atlántico.

No estamos hablando de fríos datos estadísticos, sino de una situación que provoca serias afecciones a la salud de quienes respiran la tóxica humareda, tal como lo explicaron diversos médicos a EL HERALDO.

Las autoridades centrales, en particular los responsables del Ministerio de Ambiente, deben tomarse mucho más en serio el problema de las quemas en Salamanca. Por el bien del maravilloso ecosistema y de los miles de ciudadanos perjudicados.