Con la celebración de la Inmaculada Concepción comienzan en firme las fiestas decembrinas, y el tema recurrente del uso de la pólvora vuelve a ser noticia en la prensa. Las autoridades lanzan sus campañas de prevención, y se anuncia una vez más que los controles a la venta de juegos pirotécnicos serán “estrictos”. Sin embargo, solo en los primeros días del mes, el número de personas quemadas asciende a 36 en todo el país, entre ellas 14 menores de edad.

Hoy, Noche de Velitas, es responsabilidad de los padres prevenir que sus hijos sufran las consecuencias de manipular artefactos explosivos que pueden parecer inofensivos, pero no lo son. Una chispita en un ojo puede causar una lesión con secuelas para toda la vida.

El secretario de Salud del Departamento, Armando De la Hoz, informó que durante diciembre de 2016 se presentaron 12 quemados por pólvora, seis menos que los 18 registrados en 2015. De los afectados, cuatro fueron menores de edad, por lo que la meta es que para este año no haya ningún niño quemado o intoxicado en las festividades.

La venta indiscriminada de pólvora por las calles de Barranquilla y de la mayoría de los municipios del Atlántico es uno de los factores de riesgo. Las autoridades no han podido controlar este fenómeno a pesar de los grandes decomisos de los últimos años. La falta de penas contundentes es uno de los motivos que lleva a reincidir en una actividad que resulta muy lucrativa.

Para muchos se trata de tradiciones que definen nuestra cultura, pero puesto en la balanza con las decenas de muertos y cientos de lesionados que ha dejado la pólvora en esta temporada, el argumento se queda sin peso.

En una noche como la de hoy es frecuente ver a los padres quemar fuegos artificiales junto a sus hijos: mientras el menor se divierte con una luz de bengala o un ‘triqui-traqui’, el adulto ‘responsable’ explota una ‘matasuegra’, un volcán o un cohete. Ese es el ejemplo que se transmite de una generación a otra y que ha arraigado el uso de la pólvora en cualquier celebración del país.

Pero no solo los niños resultan afectados. Está comprobado que las mascotas pueden experimentar ansiedad, temblores, falta de aire y taquicardia como resultado de los frecuentes estallidos.

Debería bastar con ver las imágenes de niños marcados para siempre por quemaduras o con los dedos cercenados para que un padre desistiera de la idea de dejarlos jugar con pólvora, pero infortunadamente no sucede así. Los cuidados, hoy y toda esta temporada, deben partir de casa.