"Todas las cosas son agua y están llenas de dioses”, decía Tales de Mileto, a quién Aristóteles decidió nombrar como el primer filósofo y definió varias veces como primer pensador griego.

La magia de Tales, según su pueblo, obedecía a su manera particular de buscar una explicación a las cosas basándose en lo natural, en lo simple, dejando a un lado lo sobrenatural y haciendo caso profundo a la observación, sin quedarse adherido a las historias del Olimpo.

Los dioses son la fuerza interna, el agua es la vida.

La filosofía tiene la hermosa tarea de inspirar, y la inspiración es una fuente inagotable de transformación, quien no la encuentra se hastía, se aburre, se frustra y si no se desvanece, se hace opaco, lo que es aún peor, pues se diezman sus fuerzas y se evapora su energía vital.

Una sociedad sin inspiración es un manto de confusión, pierde el valor de la armonía, no es capaz de superar la parcialidad y omite el poder de la cooperación como herramienta de crecimiento y superación de las dificultades, en cambio utiliza la confrontación como espada, así, se hace lúgubre y, en su afán de encontrar sentido a la vida se enfoca en la victoria; cualquiera que sea, como sea, y a través de quién sea, pues una victoria suele “resolverlo” todo, sin importar el mérito, el camino recorrido y el planteamiento, es la búsqueda insaciable de un trofeo, es un acto visceral solo motivado por pertenecer, por seguir perteneciendo o por llenar un gigantesco vacío.

Para nadie es mentira que las motivaciones apasionadas y egoístas para alcanzar la victoria, nos pueden desviar de la verdad.

Un parecido con nuestra realidad es más que una coincidencia.

Vivimos al borde, buscando en la ausencia, en la línea de la intolerancia absoluta, desconociendo al otro y desconociéndonos a nosotros mismos, alimentando una enorme capacidad de subestimarnos. Nos hace falta mesura, algunas veces sentido común, moderación, reposo y honestidad. Nos hace falta filosofía, esa que habita en la observación, en las calles y en la esquina, en la gente de a pie, en el olfato, en la mirada de los menos favorecidos, en la esencia, en lo natural. Nos hace falta basarnos en ello, en lo correcto, en el castigo a la maldad, nos hace falta entender que la confianza es la raíz de lo apropiado y lo justo, debe estar en todo. Nos hace falta condenar la negligencia, examinar con cuidado el mérito, hoy en día es escaso ver como una recompensa obedece a un mérito, nos hace falta saber que se abandona el interés privado cuando se ejerce en lo público, nos hace falta contener la furia y la mirada iracunda, tanto como la sonrisa mentirosa y postiza, nos hace falta entender que todos tenemos posturas diferentes y no por ello algunos somos tontos y otros sabios, o viceversa.

Nos hace falta todo esto y todo esto en un poco de filosofía, de simpleza y de verdad. Estamos cerca de uno de esos días importantes en nuestra historia y para la historia de los nuestros y creo que nos hace falta mirar lo que tanta falta nos hace, a ver si de pronto, somos menos impulsivos a la hora de entregar un mandato, un apoyo o un respaldo.