Algunos cultos religiosos en América han tenido un carácter fundante para el surgimiento de las identidades criollas como la mexicana. En el caso de la devoción a la Virgen de Guadalupe ha dicho el investigador Francisco de la Maza en su obra El guadalupanismo mexicano que este y el arte barroco son las únicas creaciones auténticas del pasado mexicano, diferenciadas de España. Son el espejo que fabricaron los hombres de la colonia para mirarse y descubrirse a sí mismos. En Colombia no tenemos un culto nacional que tenga las dimensiones del guadalupanismo pero algunos han contribuido decisivamente a la formación de identidades locales y uno de ellos es el de la Virgen de los Remedios venerada en Riohacha.
La devoción a la Virgen cumple ya 484 años pues esta se inició en 1538 cuando aún la ciudad y sus primeros habitantes se encontraban en el Cabo de la Vela. Los cronistas coloniales describen sus fastuosas festividades que, iniciadas en enero, se extendían hasta las carnestolendas. A la fe en la Virgen de los Remedios más que en la causa patriótica apeló Padilla para alentar a los marinos riohacheros antes de iniciar la batalla naval que le llevaría a la victoria en Maracaibo en 1823.
García Márquez, nieto de riohacheros, la menciona con frecuencia en sus obras. Cuando el joven José Arcadio regresa a su casa, Gabo nos dice que “Sus espaldas cuadradas apenas si cabían por las puertas; tenía una cadenita de la virgen de los Remedios colgada en su cuello de bisonte “. En otro pasaje, se nos cuenta que el general Moncada, antes de su fusilamiento, “se quitó el anillo matrimonial y la medalla de la Virgen de los Remedios y los puso junto con los lentes y el reloj”. Uno de sus personajes más emblemáticos se llama Remedios y otro es designado por el hipocorístico de este nombre: Meme, el amor desaforado de Mauricio Babilonia.
Históricamente la Virgen de los Remedios ha reemplazado en La Guajira el poder poco legitimante y cohesionador del Estado. Su fiesta, realizada el 2 de febrero, es más importante que el 7 de agosto. Durante casi cinco siglos la común devoción de los riohacheros hacia ella ha permitido cimentar una noción de unidad en la cual las diferencias étnicas, políticas o de clase son relegadas a un segundo plano. Los empresarios electorales lo saben y por eso merodean su festividad con la misma apetencia de los tiburones ante una balsa de náufragos-
La memoria colectiva registra los grandes milagros que preservaron la ciudad ante las tropas inglesas, los ataques de piratas y las tormentas marinas. Otros milagros tienen un carácter íntimo. Así García Márquez se refiere a Riohacha como “la ciudad de arena y sal donde nació mi estirpe desde los tatarabuelos, donde mi abuela vio a la Virgen de los Remedios apagar el horno con un soplo helado cuando el pan estaba a punto de quemársele”. Es como si la existencia misma de la ciudad, la identidad de sus habitantes y el culto a la Vieja Mello fuesen una misma cosa.
wilderguerra@gmail.com