Como les sucede a muchos profesionales en Colombia si decidiera jubilarme hoy después de haber trabajado durante unos veinticinco años recibiría una pensión equivalente a dos veces el salario mínimo. La mitad de mi pensión se la llevaría la empresa de energía eléctrica regional y con la otra mitad intentaría consumir el mínimo vital de alimentos, privarme de modestos hábitos de la vida cultural y sobrevivir a las duras contingencias del futuro. Ello me recuerda la forma en que me trasladaron con engaños a los fondos privados de pensión. Puedo jurarles que todo fue por una bolita.

Hacia el año 2002 las firmas privadas que promovían el traslado desde el sistema público al de ahorro individual diseñaron una campaña tan truculenta y manipuladora como la que se efectuó en Colombia durante el último plebiscito. La estrategia iba dirigida en algunos casos hacia el funcionario que estaba en la mira de esas empresas y mayormente hacia sus secretarias o asistentes.

Lo primero fue anunciar el naufragio inminente del ente público encargado del tema pensional: “Si su jefe no se traslada ahora mismo a nuestros fondos privados quizás no podrá pensionarse jamás, afortunadamente le quedan algunas horas para hacerlo”, le dijeron a mi secretaria. Lo segundo fue exagerar los beneficios diciendo que se podrían retirar los ahorros cuando así se deseara y estos se multiplicarían con las sabias inversiones de las empresas. Cuando algunos ingenuos lo intentaron encontraron que era más fácil tomarse una trinchera alemana durante la primera guerra mundial que acceder a esos ahorros. Lo tercero fue ocultar la diferencia abismal entre el monto de la pensión resultante al final de los años de arduo trabajo entre el sistema de prima media y el de ahorro individual con solidaridad que con esta última palabra no tiene la menor correspondencia. Este ocultamiento actuaría como una mina antipersonal que estallaría décadas después sobre el bienestar de los trabajadores.

En muchos casos las empresas de fondos privados reclutaron a miles de damas seductoras y perfumadas que presentaban para la firma unos papeles repletos de letras pequeñas que sellarían el destino del hechizado ser que las signaba. El ardid más pérfido fue el de obsequiar centenares de miles de cajitas de regalos con las que buscaban seducir a quienes se trasladaban a sus fondos. Cada cajita se componía de una libreta de apuntes, dos bolígrafos y una bolita de caucho que servía para estimular la circulación. A esa rufiana bolita que le regalaron a mi asistente le atribuyo mi infausto cambio de régimen pensional.


Un estable sistema de pensiones debe tener tres componentes fundamentales: la cobertura, la suficiencia y la sostenibilidad entendida como la capacidad de la ciudadanía y el Gobierno de sostener estos regímenes sin provocar desbalances en las cuentas. El país debe apuntar en esa dirección y no olvidar que apoyados en la frustración y la rabia millones de ciudadanos chilenos se volcaron a las calles a protestar contra su injusto régimen pensional. En nuestro país la propia Corte ha ratificado que en la afiliación al régimen de ahorro individual no existió un consentimiento informado. Todo por una bolita.

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