El pasado domingo y durante toda la semana, diferentes figuras de la política colombiana, especialmente miembros y simpatizantes del Pacto Histórico, han mostrado su simpatía con el régimen de Maduro en Venezuela. Algunos lo han hecho sosteniendo sinsentidos como que la “democracia” de Venezuela y su sistema electoral son más confiables que el colombiano; otros, sosteniendo que el gobierno de Colombia debe mantenerse neutral y no intervenir en los asuntos de otros Estados. Finalmente, la joya de la corona fue la abstención de votar una resolución de la OEA que le pedía al régimen publicar inmediatamente los resultados de las elecciones.
Se deja por sentado, por parte del gobierno y por diferentes miembros del Pacto Histórico, que su defensa de los derechos humanos tiene como límite sus intereses políticos y los de sus aliados en la región. Igualmente, su visión de lo que es una democracia y unas elecciones libres dista mucho del ideal esperado y, por supuesto, es preocupante que esas visiones alteradas del ejercicio democrático puedan tener eco en Colombia. Finalmente, el doble rasero con el que terminan valorando la necesidad de que el país se pronuncie de forma vehemente en otros contextos internacionales es desalentador; deja entrever la inconsistencia de nuestra política exterior y genera una polarización indeseada en el país.
Ahora, como parece haber tanta confusión sobre lo que parecía obvio, merece la pena hacer referencia a qué es una democracia y, en ese contexto, cuál es el estatus de Venezuela. Actualmente, para analizar la calidad democrática de un país, The Economist publica anualmente un índice que valora el proceso electoral, el funcionamiento del Estado, la participación política, la cultura política y las libertades civiles de la población. En 2023, Venezuela obtuvo un puntaje de 2.31 sobre 10, ubicándose dentro de la categoría de régimen autoritario con puntajes absolutamente bajos en materia de libertades civiles, independencia de las instituciones y, por supuesto, la carencia de pluralismo y participación política. Colombia obtuvo ese mismo año un puntaje total de 6.55, ubicándose como una democracia imperfecta, pero ¿adivinen qué? Obtuvo un puntaje de 9.17 en pluralismo y proceso electoral. Como punto de referencia, el puntaje más alto fue el de Noruega con 9.81, considerándose una democracia plena.
Por supuesto, no somos Noruega y estamos lejos de serlo, pero lo que queda absolutamente claro es que, en ningún escenario, ni el más inverosímil, hay lugar para comparar la democracia colombiana con la dictadura de Venezuela -por lo menos hasta ahora-. El compromiso de la política exterior en Colombia debe ser con el respaldo de la democracia, sin miramientos de preferencias políticas, pues el compromiso del país, suscrito en la Carta Democrática Interamericana, es con el fortalecimiento de la democracia en la región. Una mayoría de colombianos hoy espera que el gobierno represente nuestro interés, el cual es la garantía de las libertades en Venezuela, el reconocimiento de los resultados electorales y el restablecimiento de su democracia.idangond