La corrupción pública en Colombia le cuesta a cada colombiano al año aproximadamente un poco menos del salario mínimo, si se dividieran esos 50 billones de pesos que usualmente se pierden por corrupción entre el número de habitantes del país. Poniéndolo en un contexto de cuánta plata se pierde, o más bien, se llevan las personas o las familias que son partícipes de estas conductas, al año con lo que se pierde en la corrupción se podrían financiar tres líneas del metro en Bogotá. Imaginen ahora cuántos colegios se podrían construir, o cuántas becas para acceder a la educación superior se podrían otorgar, o incluso cuántas reformas tributarias nos habríamos ahorrado si cada año ese dinero no se lo hubieran robado.
El entramado de la corrupción en la UNGRD, que estaba y está en cabeza de miembros de este gobierno, no es otra cosa que una serie de funcionarios para los cuales el dinero público está a merced de sus intereses y donde seguramente los escrúpulos se perdieron entre la ambición, la falta de valores y la falta de compromiso con todo un país. Lo que se pierde en la corrupción, además del dinero, que es mucho, es la confianza en la institucionalidad y, de paso, se refuerza la cultura de que el vivo vive del bobo y de premiar al “avispado”. La corrupción mata de facto a niñas y niños en Colombia; en un país donde muchos se ufanan de sus grandes hazañas en lo público y mueren un sinnúmero de menores al año, la corrupción no debe ser un tema menor, no se debe convertir en paisaje.
Todos los días Colombia se despierta con un nuevo escándalo, una nueva incógnita de quiénes son los verdaderos responsables de todo este desastre, pero al final del día llega un nuevo titular de robo, de violencia o de populismo que desvía la atención de la opinión pública. Una opinión pública que no sabe a quién creerle y que no siempre tiene las herramientas para hacerle seguimiento a los corruptos. Cuando hay una condena penal, no necesariamente hay una condena social; muchas veces salen libres los responsables y en sus círculos sociales o en sus pueblos los reciben como si hubiesen sido víctimas de una persecución o como si hubieran estado en un largo viaje a la luna.
La corrupción parece una práctica política permitida en Colombia, y ahí está la génesis de la trampa en la que caen muchos países de la renta media. Si queremos construir un país donde haya oportunidades, hay que empezar por acabar con la corrupción; sin ello no llegaremos a ningún lado.
@tatidangond