Fray Junípero fue un discípulo de San Francisco de Asís, que hoy está registrado en la historia médica como uno de los primeros autistas conocidos. No pensaba en las repercusiones sociales de sus actos. Tomaba las palabras literalmente (inclusive se cuenta que un día le cortó una pierna a un cerdo vivo, para preparársela a un hambriento que le pidió un pedazo de jamón); se despojó de sus ropas para regalárselas a los pobres, y no le importaba quedarse desnudo; no entendía que sus actos de bondad supusieron la furia de otros, que lo trataban de «loco». Era un hombre humilde, caritativo, inocente y cándido. Falleció en Roma en 1258. La comunidad franciscana lo aprecia como a uno de los que enseñó a descubrir la sencillez, que es sublimación y simplificación de la «simple simpleza», la cual hace a una persona fiel a su esencia y sus ideales, y que no se esfuerza por ser diferente. San Francisco de Asís solía decir: «¡Quién me diera un bosque de estos juníperos!»

En el ocaso del siglo XVIII, en la inquieta Francia —recién salida de la Revolución Francesa— «cazaron» desnudo en el bosque a un niño salvaje que aparentaba unos 12 años, quien se volvió un asunto público. Después de que lo vieron varios médicos y lo declararan deficiente mental incurable, finalmente el médico y pedagogo Jean Marc Gaspar Istard logró convertirse en su tutor con el auspicio del gobierno, para delinear y ejecutar un programa de tratamiento, readaptación y educación del niño, al que llamó Víctor de Aveyron. Istard publicó sus conclusiones en dos informes, y el segundo, de 1806, expresaba su preocupación por el futuro del joven, debido a que se frustraron sus ilusiones de reintegrarlo a la sociedad: no hubo avances en el manejo del lenguaje ni en su comportamiento dentro de la civilización. A la larga, el Estado siguió haciéndose cargo de la manutención de Víctor, quien murió a los 40 años, de neumonía. Lo interesante en su enseñanza fueron los principios de imitación utilizados, que hoy se conservan en algunas escuelas. A la ciencia moderna no le cabe duda de que Víctor era autista.

Como probablemente lo eran siglos antes —por sus comportamientos—, los llamados «locos santos» de Rusia, quienes vivieron aislados de la sociedad y libres de prejuicios. «Santos», porque así los declaró la iglesia ortodoxa rusa en el siglo XIV. Esos que eran capaces hasta de «cantarles la tabla» a los propios zares. El mismo Iván El Terrible «bajó la cabeza» frente a uno de ellos.

En 1926 y en 1927 la psiquiatra infantil judía Grunya Sukhareva publicó una completa descripción psiquiátrica de ciertos trastornos mentales y físicos que presentaban seis niños y cinco niñas, los cuales conceptualizó como «psicopatía esquizoide».

En 1938 Leo Kanner describió las manifestaciones observadas casualmente también en once niños (ocho niños y tres niñas) con discapacidades congénitas para comunicarse, obsesión por mantener el ambiente inalterado, potencial cognitivo limitado a sus centros de interés, y otros síntomas. El austriaco es considerado el padre del autismo, en la medida en la que sentó las bases para tratar el trastorno del espectro autista como eso (un síndrome) y no una discapacidad o locura. Además, diferenció (separó) su sintomatología de la esquizofrenia.

Prácticamente al mismo tiempo aparece la descripción de Asperger y sus cuatro pacientes: problemas de interacción social y conductas autistas sobresalientes. Nace el síndrome de Asperger, que más adelante, en 2019, la Organización Mundial de la Salud incorporaría al grupo de los trastornos del espectro autista.

Entre 1950 y 1980 se debatió la teoría de las «madres neveras». Explicaba el autismo por la carencia de los neonatos de calor maternal y amor. Y, por tanto, su tratamiento se hacía lejos de sus familias, en aislamiento que supuestamente los protegía de las influencias externas. Por fortuna, la teoría del austriaco Bruno Bettelheim se desvirtuó, no sin antes causar profundas heridas en los hogares.

En Colombia no contamos con una estadística seria que permita conocer la incidencia del autismo. Debemos estar atentos y con serenidad alertar a los padres cuando vemos en el niño alta sospecha de aislamiento. Acudir a los profesionales idóneos; se hacen pruebas (ADIR y ADOS) que posibilitan el direccionamiento del enfoque. No dejaremos de insistir en el diagnóstico temprano y en el programa de rehabilitación que abra las oportunidades para su desarrollo.

Diptongo: Cada niño autista requiere un programa especial, el cual hay que elaborar y construir. No les demos la espalda.