Yo no sé si Pascual Lezcano, el representante de José Pékerman, es quien mandaba en la Selección Colombia, no sé si influía en las convocatorias en su condición de empresario, no sé si mantenía a raya a los directivos de la FCF y quitaba y ponía a su antojo como afirman muchos experimentados y respetables colegas, nada de eso lo puedo corroborar ni comprobar, de lo que sí estoy seguro (y es totalmente demostrable) es que el ciclo del técnico argentino en el combinado patrio fue exitoso, rotundamente exitoso.

No sé en qué asuntos extradeportivos haya influido, perjudicado o beneficiado el tan cacareado Lezcano, pero en lo estrictamente futbolístico, en lo que se puede apreciar abiertamente, el trabajo de Pékerman dio unos frutos muy dulces.

Tal vez ya muchos no se acuerdan, pero cuando Pékerman llegó al país para asumir el comando de ‘la Amarilla’ todo era amargura, Leonel Álvarez tenía sentado en la banca a Radamel Falcao García, había llamado a Gustavo Bolívar a última hora y lo había puesto a jugar de titular contra Argentina para que marcara a Lionel Messi, entre muchas otras ‘perlitas’. Había más confusiones que soluciones, más incertidumbres que certezas, más pesimismo que optimismo, más caos que orden, más oscuridad que luz.

El argentino, que el lunes pasado llegó a 69 años de edad, arribó en medio de ese ambiente enrarecido e incrédulo, puso su faro, su veteranía, su sapiencia y su hermetismo para enderezar un barco que parecía sucumbir por cuarto mundial consecutivo tras las eliminaciones en las rutas hacia Japón y Corea-2002, Alemania-2006 y Sudáfrica 2010.

El período sin disfrutar de la cita mundialista se cortó por fin de la mano de Pékerman. Fueron 16 años con ese nubarrón que el timonel gaucho, respaldado por un grupo de jugadores talentosos que fortaleció y a los cuales llenó de confianza, logró disipar. La Selección Colombia dejó de ser la decepción Colombia.

Clasificó a Brasil-2014 y Rusia-2018. Y en ambos torneos resultó protagonista, no fue un convidado de piedra, no fue solo a vivir la experiencia, cuajó dos equipos, con altas y bajas, con errores y virtudes, pero competitivos ambos, con más satisfacción que frustración, con más orgullo que barullo, con más emoción que desilusión. Un combinado con júbilo inmortal y gloria inmarcesible, un seleccionado que nos hizo cantar el Himno Nacional a todo pulmón. En territorio brasileño avanzó hasta cuartos de final, la mejor actuación de la historia colombiana en el campeonato ecuménico de mayores, y en suelo ruso rozó la misma instancia, pero cayó en definición por tiros desde el punto penal ante Inglaterra.

No he compartido muchas decisiones de Pékerman como poner a Lerma de titular en el Mundial y tener en banca a Mateus Uribe u ocultar la información real sobre los lesionados (caso James Rodríguez, por ejemplo), entre muchas otras cosas que critiqué en su momento, pero quería que siguiera en la Selección porque ha conquistado buenos resultados, porque ya conoce el tejemaneje, porque sabe lo que hay y lo que viene y por un detalle que no es menor, los jugadores le creen y le caminan. Yo no veo motivos futbolísticos realmente sólidos para sustituirlo. Hay más razones para agradecerle que para rechazarlo. De mi parte, gracias, Pékerman.