Siendo este mi último artículo en esta casa editorial que por muchos lustros me mantuvo en su grupo de colaboradores, lo que agradezco mucho, viene a mi memoria mi querido Juan B. Fernández Renowitzky cuando me trajo con estas palabras: tus notas en la radio son un Viagra mental y las quiero en el periódico. Ese espíritu he tratado de mantenerlo en mis columnas, para que pensemos y veamos otras perspectivas de las noticias y nuestra sociedad.

Hoy, cuando una pandemia feroz que no respeta edad ni posición socioeconómica nos obliga a permanecer encerrados en donde nos cogió la suspensión de vuelos y movilización intermunicipal, que para la mayoría es en familia, una escritora Susan Abulhawa, en su novela Entre el azul del cielo y el mar, me regala la fórmula: en Gaza han sobrevivido más de un millón de palestinos, en la cárcel más grande del mundo pero que es un reducto de tierra mínimo, gracias al respeto de los valores de la familia. Y eso es lo que tenemos que hacer todos los que vivimos en cuarentena por la vida: practicar la solidaridad y la tolerancia para que los viejos y nuevos desacuerdos los solucionemos poniéndonos en el lugar del otro, llámese papá, hermano, esposa, hija, abuela, etc. Y si la situación es aguda, sigamos el consejo del psiquiatra Pedro Gómez Méndez: abrir una ventana y gritar a todo pulmón.

La terapia del grito es viejísima y ayuda de verdad: descarga uno todo el cortisol y la adrenalina que lo invade cuando coge rabia, que no es sino la expresión del miedo/ los miedos que todos tenemos en secreto, el peor, a estar con uno mismo y de ñapa ante testigos. Son muchísimas las personas que evaden mirarse y llenan su agenda diaria de mil vainas, hasta sin sentido, con tal de no permitirse la introspección, la bajada de calzones del alma. Y es que como describió Camus, “lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas, y ese espectáculo es horroroso”.

Pero ahí entran los valores, el respeto de espacio para cada uno de los otros, la solidaridad para enfrentar las labores y necesidades del día a día (desconocidas para el 50 por ciento como mínimo) y la tolerancia para ser humildes y no “delicarnos” por cualquier frase ni juzgar a ninguno. Mucho menos, descargar en los familiares, con violencias, nuestros miedos: a enfermar, a perder el trabajo, a lo desconocido, a la muerte. Es la hora de derramar oxitocina sonriendo y haciendo reír, recurrir a juegos y diversiones en grupo y dejar los celulares y tabletas a un lado, recuperar los libros y volver a las conversaciones de sobremesa para que todos se expresen con libertad. Es necesario un alto en el camino para cambiar al mundo y que seamos otros, mucho mejores, cuando pase la peste. Mientras tanto, los seguiré acompañando desde Facebook y Tuitter como Lola Salcedo y los invito a visitarme en Facebook.com/losalcasSINFILTRO…

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