Contra todo pronóstico y las voces aterrorizantes que inundaron las redes, el jueves el Caribe colombiano probó que somos capaces de salir en masa y elevar nuestra voz de inconformidad con la situación que vive el país sin necesidad de atropellar a quienes no estén de acuerdo con nosotros ni causar daños a la propiedad privada ni a la pública. Me atrevo a decir que esta mafiestación convocada por el centro y la izquierda fue mucho más pacífica y alegre que aquella convocada por la derecha cuando decidió que había que sacar a la gente emberracada para que triunfara el no al Acuerdo de Paz de la Habana –como en efecto sucedió–, emoción negativa que se hizo viral como se constató en audios y mensajes filtrados de los más altos representantes de esa tendencia política.

Esta demostración de civilización y civilidad nos muestra como la población del país con mayor capacidad de tolerancia y sentido de inclusión, lo que nos postula como la región con mayor posibilidad de decisión al momento de elegir presidente y, por tanto, dentro de la mecánica clientelista con que funciona nuestra democracia, los partidos y sus postulados a ese cargo tendrán que mostrar especial dedicación y empuje para solucionar nuestros problemas sociales que nos hacen la segunda o tercera región más desigual y donde la brecha entre quienes tienen y los que no se va ampliando en vez de cerrarse.

El jueves salí a mi trabajo a las 8:30 de la mañana desde Puerto Colombia y aunque el transporte intermunicipal y el distrital estaban funcionando, daban pena los buses y busetas practicamente vacíos y las carreteras y calles desiertas. Un panorama de desolación en los barrios del norte, ni un vendedor de aguacates, los comercios cerrados y con cortinas metálicas protectoras abajo, las bocacalles con maletas de color naranja anunciando a más de tres cuadras de distancia que por allá, más lejos, bajaría una marcha. A eso de las once recorrimos la carrera 50 hasta la calle Murillo y subimos por Olaya Herrera: en la Plaza de la Paz grupos de músicos, cumbiamberos y gente vestida de blanco esperaban el grueso de la protesta que descendía. Y la encontramos a la altura de la calle 55 y ¡Oh Panorámica más hermosa!: con banderas multicolores, mucha música y cantos venía una bola de gente reidora, pero no menos consciente del porqué estaba allí, pues sus rimas y coros reclamaban y criticaban al gobierno con dureza. Razón tuvo siempre Jaime Bateman, la revolución en Colombia solo puede nacer en la costa con acordeones, millos y tambores bajo la protección de la Virgen.

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