Con el mayor desenfado educadores laicos y religiosos organizan un tremendo bembé “obligatorio” para graduandos, ya que quien se sustraiga será mal visto por sus compañeros durante el semestre de fin de curso y convertido en víctima del matoneo (mejor digo bulling porque así es más in). No hay estrato socioeconómico de esta sociedad de pacotilla donde se mantenga la vieja usanza del grado de bachiller con ceremonia sobria y elegante y adiós al colegio. Luego los felices padres podían o no hacer fiesta o celebraban con lo que sus recursos les permitían: una comidita familiar donde no faltaba el tradicional arroz con pollo, la ensaladilla rusa y un pudín y gaseosa. Y todos tan felices.

Pero de una década para acá, algo que no es sino el punto de arranque para la formación técnica o profesional que les permita coronar una carrera y entrar al mercado laboral con paso firme, si acaso tuvieren la fortuna de encontrar un puesto, ha sido transformado en un acontecimiento. Y el peor golpe lo llevan las mujeres.

--La niña se me gradúa—, y comienza el vía crucis de los padres para que su hija esté a la altura del lujo desplegado por las adineradas de la clase y satisfacer las imposiciones del centro educativo escudado detrás de la asociación de padres de familia. Tengo una amiga muy laboriosa que desde comienzos de año ha estado ahorrando para afrontar el chicotazo del grado de su hija. Le correspondió comprar 10 boletas de $260.000 cada una para asistir en familia y con amigos a la fiesta (De vaina incluyeron en esos $2.600.000 el derecho de grado). Tendrán cena y orquestas pero el licor se los cobrarán aparte –lo más costoso y abundante--. Los dos vestidos de gala para ellas le han costado otros dos millones largos; como la entrega de diplomas será por la mañana, está compelida a hacerse un traje tipo coctel mañanero ya que las graduandas lucirán el uniforme, pero las mamitas iniciarán la competencia desde primera hora. El maquillaje y el peinado de ambas no será menos de $300.000 y el alquiler de los esmoquin que deben llevar los varones no bajará de cien mil cada uno y si su suegro no asiste será apenas otro cuarto de millón de pesos para vestir de prestado a su marido y su hijo (faltan los zapatos charolé apropiados). Por eso estoy hablando en femenino, porque es por donde entra el abuso de esa farandulera pretensión de convertir un grado de bachiller en un acontecimiento social. Sumen: y a mi amiga le ha salido barato porque es madrina del estilista y la costurera es su clienta. Repito y subrayo que este inútil fasto arranca en los colegios “puppy” del norte de la ciudad de orientación gringa y termina en los planteles públicos de los barrios más deprimidos. Y no, no es moda nacional y ni siquiera nos es propio: es una vacua copia que los barranquilleros hacemos de los grados en los colegios de los Estados Unidos que rápidamente se extendió por toda la costa Caribe.

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