Conocer, aprender o gozar una actividad o un arte desde la niñez nos permite descubrir muy temprano nuestras inclinaciones, vocaciones y gustos que, posteriormente, serán un componente fundamental de nuestras vidas. Desde la niñez, el ser humano está dotado de la capacidad de experimentar afinidad y promover inclinación por el desarrollo de habilidades, actividades y competencias que le causen disfrute e, incluso, le permitan vivir de dicha pasión. La vocación es parte del proceso formativo de la personalidad que se estructura a partir de las motivaciones e intereses que generan el interactuar social y el entorno en que crecemos.

Los entornos pletóricos de estímulos propositivos durante la niñez impactan notablemente en el posterior desarrollo de la persona ya que potencializan el plano cognitivo, influyen en el aprendizaje, la interacción social, entre otros.

Tuve la fortuna de vivir mi niñez en medio de un ambiente rebosante de libros y actividad intelectual. Mi casa paterna era una inmensa biblioteca cuyas paredes estaban tapizadas de estantes que contenían las obras más importantes del conocimiento y la cultura humana. Además, religiosamente cada semana, de la mano de mi padre visitábamos la Librería Nacional localizada en el Centro de Barranquilla y, junto con mis hermanos, disfrutábamos de recorrer los pasillos y escuchar las tertulias literarias de los escritores del Caribe que allí tenían su sitio de gozo intelectual.

Ver a mi padre leer con placer y transmitirnos las bondades de esa práctica me despertó, de manera natural, el interés por el mundo de saberes y cultura que hacía parte de mi cotidianidad.

Esos, justamente, fueron los detonantes de mi hábito por la lectura y mi amor por la academia, unos afectos que permanecen hoy tan vivos como en ese entonces. Sigue siendo la lectura mi aliada permanente para enriquecer mis conocimientos y hacer florecer felicidad en mi espíritu. Por ello, a mis hijos y estudiantes no me canso de mostrarles la trascendencia de leer y de recomendarles apropiarse de la sabiduría depositada en los libros.

La cuarentena por la pandemia condujo a ampliar los periodos de conexión a los dispositivos electrónicos y estos se convirtieron en compañeros inseparables de la gente, especialmente de los niños, tanto para la educación como para las actividades lúdicas, por lo que dejaron los libros ante el riesgo de contagio. Nos corresponde como padres y formadores enseñar el uso adecuado de estos dispositivos que permiten acceder al conocimiento, además de sus espacios de entretenimiento y relacionamiento social. Observo con inquietud la superficialidad creciente de las redes sociales, donde se valora en demasía la popularidad del ‘influencer’ y de plataformas como Tik Tok e Instagram mientras se subestiman la lectura y el estudio.

Es nuestra responsabilidad promover entre las generaciones futuras el aprecio y la motivación por la lectura y los libros. Sin duda, el niño que lee será un adulto pensante, creador y autónomo ya que la lectura solo atropella la ignorancia.