El título de esta columna es la voz de un hombre desesperado que se comunica con la línea Calma, un programa que está desarrollando la Alcaldía de Bogotá y que por su novedad ha sido primera plana en el New York Times y en los principales periódicos del mundo.
El programa es una línea telefónica de ayuda con el fin de combatir la violencia contra las mujeres. Según estadísticas, en Colombia cada 34 minutos es violentada una mujer, y por cada una que denuncia, probablemente existen diez que por temor prefieren no hacerlo.
El trabajo que realiza un grupo de psicólogos en la línea Calma parte de la idea de que el machismo no solo perjudica a la mujer, sino también a los hombres, al confinarlos a un estrecho conjunto de emociones y roles: “los hombres deben ser fuertes, no deben fallar, no pueden llorar. Debe ser un macho que todo lo puede, un proveedor y un controlador”.
En menos de diez meses, han llamado a la línea Calma más de dos mil hombres, la mayoría con ataques de celos, porque, como señala el secretario de cultura de Bogotá, “detrás de cada macho que todo lo puede, que todo lo controla, hay un hombre profundamente inseguro y atormentado, especialmente, ante la posible infidelidad de su mujer.
Aunque tradicionalmente las diferencias observadas entre hombres y mujeres se han asumido como un hecho biológico, cada día hay más evidencia de que muchas de las características típicas del género son adquiridas. La familia prepara escenarios distintos para los roles de niños y niñas haciendo énfasis en la diferenciación de género: le ponen un nombre, lo visten de determinados colores; a la niña se la trata con más suavidad, hasta los juguetes son diferenciados; ¿qué pensaría usted si su hijo de seis años le pidiera de regalo en las próximas Navidades una muñeca, y su hija unos guantes y una bolsa de boxeo?
La identidad de género se logra aproximadamente a los dos años, y entre los cuatro y siete se adquiere la consistencia de género, que se considera un atributo básico de la identidad, producto del conocimiento científico y de las luchas reivindicativas de las mujeres por la igualdad. Las imágenes de hombres y mujeres se han ido volviendo semejantes en el mundo del empleo, en los derechos civiles y hasta en el vestir. Hoy cualquier hombre usa sin pudor una camisa rosada.
“Le pegué a mi esposa, perdí el control y no sé qué hacer”, es la frase más común con que los hombres llaman a Calma y allí les ofrecen doce sesiones de terapia para enseñarles a comprender sus emociones y a controlar sus acciones.
Con este y otros programas novedosos, la Alcaldía de Bogotá está demostrando la importancia de las profesiones científicas para solucionar problemas sociales que la mayoría de los alcaldes del país pretenden solucionar con policía y con el aparato punitivo. En Bogotá cinco de cada diez hombres crecieron sin padre, cuya ausencia genera desde la cuna violencia emocional; y cuyas consecuencias se reflejan en la legitimación de la violencia en la vida adulta con miles de víctimas.