La gestión del alcalde Jaime Pumarejo, que apenas comienza, implicará para él y su equipo la oportunidad de demostrar que es posible gobernar mostrando resultados, no solo al preservar y expandir las conquistas obtenidas por las últimas tres administraciones, sino también concentrando el esfuerzo y la creatividad en las áreas que siguen siendo críticas y que demandan intervenciones inmediatas.

Han sido enormes los logros de sus predecesores, sobre todo en materia de infraestructura pública, lo cual le ha cambiado la cara a la ciudad, la ha convertido en foco de atención nacional e internacional, y ha elevado la popularidad de sus gobernantes hasta niveles impensados.

Sin embargo, los indicadores sociales continúan reflejando una realidad que no puede permanecer oculta detrás de la euforia de las cintas cortadas.

La pobreza sigue estando por encima de la media nacional. El ingreso per cápita es el más bajo de las cuatro ciudades más grandes del país. La desigualdad –basada en el Coeficiente Gini– ha permanecido inalterada a lo largo de los últimos 10 años. La informalidad del empleo alcanza el 55,8%. Barranquilla es la ciudad con mayor tasa de homicidios en Colombia, solo superada por Cali.

Este panorama, que afecta por supuesto a los sectores más vulnerables, contribuye a que en las mediciones sobre el Índice de Progreso Social (IPS), la ciudad se encuentre en un nivel medio bajo, lo cual no se condice con los extraordinarios avances en otras materias.

La pregunta para el nuevo alcalde debe ser: ¿Esta será una administración que priorice a los pobres?

Es necesario que el gobierno distrital comprenda que, ya que sus predecesores lograron triunfos importantes canalizando arroyos, recuperando parques, construyendo escenarios deportivos, entregando obras públicas de nivel mundial, es hora de poner todos los focos de atención en las zonas más olvidadas, en el sur, en el suroccidente, donde confluyen todas las tragedias posibles de una sociedad: la pobreza, el analfabetismo, la inseguridad alimentaria, la informalidad laboral, la criminalidad, la desesperanza, la ausencia casi total del Estado.

Es allí, en la Barranquilla más necesitada, más vulnerable, más abandonada a su suerte, donde la nueva administración debe centrar sus esfuerzos, su experiencia, su capacidad de gestionar recursos y su probada ética de trabajo. Son cientos de miles de personas que todos los días se levantan sin saber qué será de sus vidas, y que necesitan con urgencia volver a recuperar la confianza en sus gobernantes.

La dura cotidianidad que padecen desde siempre quienes no tienen nada debe recordarle al nuevo alcalde que una sociedad no puede ser realmente exitosa si no se preocupa por satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos, si no genera condiciones para mejorar su calidad de vida, si no encuentra soluciones para erradicar la inequidad.

De ese tamaño es el reto y la oportunidad de la administración que comienza. Ya se le cambió la cara a Barranquilla, es tiempo de cambiarle el alma.

@desdeelfrio