En otra de sus acostumbradas salidas en falso, la vicepresidente Ramírez respondió a un trino del periodista Félix de Bedout afirmando que jamás participaría en un “cacerolazo” porque ella quiere “el progreso y no la destrucción de país”.
Para ella, que es la funcionaria elegida para reemplazar al presidente en caso de que se vuelva más invisible de lo que ya es, la protesta social es una forma de la destrucción.
No es que sorprenda la ligereza de esta afirmación, originada en las peregrinas convicciones de la segunda al mando en la Casa de Nariño, pero no deja de llamar la atención de que cada declaración del Ejecutivo sea peor que la anterior, más indolente, más torpe, más cruel.
Ninguna palabra dicha en público por un alto funcionario puede ser justificada por la calentura del momento, o por la velocidad propia de las redes sociales, o por la supuesta incapacidad de quienes escuchan para entender lo que en realidad quiso decir el que dijo lo que nadie comprendió bien. Los burócratas de Palacio ya están grandes, conocen sus responsabilidades y deben hacerse cargo de lo que expresan en cada una de sus comparecencias.
Y, como lo que decimos no proviene de la nada, como todas las palabras denotan y connotan algo más o menos concreto, no resulta falso afirmar que la vicepresidente de este país desprecia la garantía constitucional de la protesta social.
Eso no es cualquier cosa, al menos en una sociedad en la cual sus gobernantes están al servicio de las instituciones y de los ciudadanos que los elevaron hasta los más altos cargos. Pero, como suele suceder, esta bofetada a los miles de ciudadanos que se han manifestado pacíficamente en las calles durante jornadas en la cuales el descontento popular fue imposible de ocultar, no pasará a mayores.
El Gobierno continuará, a punta de declaraciones destempladas, de acciones insuficientes y de omisiones imperdonables, sacándole el cuerpo a su responsabilidad de proteger los intereses de la gente, no de la gente que los funcionarios se imaginan en sus delirios anticomunistas, sino de la gente de verdad, de la que padece a diario por causa de su ineptitud y su ceguera, de la que concentra la poca esperanza que le queda azotando una cacerola, no para destruir nada, como cree la vicepresidente, sino para tratar de construir -a lo mejor sin ningún éxito- alguna cosa mejor.
Ojalá la señora Ramírez reciba en esta Navidad una cacerola nueva de regalo. Quién quita que la Providencia la haga reflexionar hasta el punto de que un día de estos la veamos salir a su ventana haciéndola sonar hasta el cansancio, unida al pueblo que la eligió, exigiéndose a sí misma el esfuerzo que no ha tenido para cambiar las muchas que están mal. Eso sería más inteligente que andar por ahí publicando en redes las respuestas de los malos gobernantes.
@desdeelfrio