Cada vez que hay noticias acerca de algunas de las múltiples fechorías del excoronel y exgobernador Hugo Aguilar me viene a la memoria la famosa fotografía en la que el entonces oficial de la Policía posa sonriente junto al cadáver de Pablo Escobar, a quien -dice él- le dio el disparo mortal.

En esa imagen, que le dio la vuelta al mundo, Aguilar se muestra como un cazador orgulloso que alardea de su éxito, tal como los que ahora son perseguidos por subvertir las leyes que protegen a los animales salvajes; a su lado, el cuerpo inerte de Escobar es zarandeado por el funcionario como si se tratase de un enorme rinoceronte que terminó sucumbiendo ante las justas balas del Estado.

Al margen de lo incómoda que me ha resultado siempre la escena del tejado -ya que creo que ningún ser humano, por muy criminal que sea, puede ser tratado de una manera tan indigna, mucho menos después de muerto, y mucho menos aún por los representantes del Estado-, Aguilar siempre me ha parecido un fantoche.

Tal vez por esa característica tan colombiana -la fantochería- es que fue elegido gobernador de Santander, y que luego esos mismos ciudadanos votaron masivamente por su hijo Mauricio para el mismo cargo, a pesar de que el otrora héroe que mató a Escobar y que luego se regodeó con el cadáver para una foto fue condenado por paramilitarismo y lavado de activos.

Pero, el destino le jugó una mala pasada al presumido delincuente. La misma fantochería que lo llevó al poder fue la que hizo que le revocaran su libertad condicional y que fuera recapturado hace un par de días. Todo porque el señor no fue capaz de resistir la tentación de exhibirse en un automóvil de 200 millones de pesos cuando le había dicho a la justicia que era un hombre pobre incapaz de abonar más de 500 mil pesos mensuales a la multa de más de 6 mil millones que está obligado a pagar por uno de los delitos por los que fue condenado.

Este caso, y la persona misma que lo protagoniza, es un retrato veraz de lo que somos en este país, de lo que aspiramos, de lo que admiramos, de los antivalores que consideramos normales.

Por ahora, el exhibicionista de la foto y del Porsche, el hombre que se vanagloria de haber matado y de poseer un carro como el que sale en las películas, volverá a la cárcel. ¿Y nosotros? ¿Seguiremos rindiéndole culto a este tipo de fulanos que malgastan la dignidad de sus aduladores y de sus víctimas para complacer sus poses y gustos de mafiosos de poca monta?

Habrá que aprender algo en algún punto del camino para no seguir haciendo el ridículo graduando de héroes nacionales -y luego votando por ellos- a este tipo de personajes tan nefastos y vergonzosos.

@desdeelfrio