Durante su vida, la representación visual de Gabriel García Márquez se concentró en la fotografía, así como –pero con menor intensidad– en el video televisivo. Fueron estos medios los que forjaron la imagen fisonómica específica con que fue y es distinguido por el público de los siglos XX y XXI. A ellos hay que agregar, con un porcentaje de incidencia terciario pero igualmente decisivo, la caricatura.
Señalemos, en consecuencia, que su representación pictórica y escultórica fue casi inexistente y que una y otra, con algunas excepciones, apenas han empezado a manifestarse sólo después de su muerte. En especial la escultórica, pues los retratos pintados (o dibujados), si bien se han producido, han tenido escasa trascendencia. No se ha hecho de él un cuadro firmado por un pintor de alto prestigio. Es cierto que los autores de sus esculturas tampoco son de gran renombre, pero éstas, por haber sido erigidas en lugares relevantes y situados en los más lejanos países, y por el solo hecho de estar expuestas día y noche a la mayor variedad de público, resultan más destacadas.
Considerando a García Márquez como modelo del género retratístico, hay que decir sin la menor duda que, en los medios fotográfico y caricatural, ha dado lugar a excelentes piezas. Pero ¿cómo le ha ido con la escultura?
La pregunta viene particularmente a cuento porque hace apenas un mes largo, en un conocido parque de Buenos Aires, fue develado un busto del novelista elaborado por el escultor argentino Fernando Pettinato, que suscitó una controversia en las redes sociales, con bastante eco en la prensa colombiana, cuyo motivo fue el escaso o nulo parecido de la efigie con el homenajeado, opinión admitida incluso por quienes han visto en ello, sin embargo, un hecho irrelevante que no afecta la calidad de la obra ni del tributo.
Pero el motivo de la controversia sí tiene importancia. El parecido, en un retrato, no es una cuestión menor. La historia de las artes plásticas registra los esfuerzos de los artistas por conseguirlo. Ernst Gombrich, que se ocupó bastante del tema, habla de “La misteriosa conquista del parecido” –tal es el título de su prólogo a Tête à Tête, el libro de retratos de Henri Cartier-Bresson (1998)–.
Creo por eso que la aspiración de todo buen retrato (sea plano o de bulto) es captar con fidelidad los rasgos tanto físicos como psicológicos del retratado, aunque para ello no sea indispensable recurrir a un estilo rigurosamente naturalista. El caso del propio García Márquez basta para demostrarlo, ya que, como hemos dicho, mediante la distorsión y la exageración propias de la caricatura se han logrado magníficos retratos suyos. Ahora bien, ese requisito de plasmar la forma fisonómica característica, individual, única, de una persona se vuelve ya imperativo cuando el retrato constituye un monumento al modelo representado, porque en tal caso tiene la misión obligatoria de recordar a éste. La intención de una escultura conmemorativa es perpetuar el conjunto de los rasgos físicos y expresivos de una persona; es salvarla de la muerte definitiva preservando su cara, que, como dijo Borges citando a Plinio, “no se repetirá”; es hacer que esa persona, como anota Gombrich, pueda darnos “la sensación de hallarnos cara a cara” con ella, como si aún estuviera viva, a quienes la conocimos o no la conocimos, a quienes fuimos sus contemporáneos o hacemos (o harán) parte de su posteridad.
Así, pues, sería ingrato desconocer la auténtica y noble voluntad de homenaje que hay detrás del busto de Buenos Aires, pero es evidente que sólo mediante un profundo acto de fe podemos creer que representa realmente a García Márquez.
En anteriores monumentos, sin embargo, el escritor ha salido bien librado, y así respondo a la pregunta de arriba. Recuerdo el busto del antiguo Hôtel de Flandre (en París), el busto de Pekín, las esculturas de La Habana y de Barranquilla, y, sobre todo, el estupendo busto de la artista británica Katie Murray que preside su mausoleo en el claustro la Merced, de Cartagena.
Y hemos de esperar que en el futuro el mármol y la piedra seguirán ofreciendo grandes y veraces semblanzas de su figura.