La Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo) tiene, sin detrimento alguno de su capital importancia como evento cultural, algo de feria a la manera architradicional y folclórica, algo como de inmensa barraca de atracciones y espectáculos diversos. Las estatuas vivientes, los hombres encorazados en monstruosos disfraces de personajes del cómic y del cine, los caricaturistas sacándoles divertidos retratos a los asistentes, las numerosas carpas de múltiples tamaños, las comilonas colectivas en la plazoleta de comidas y en la carpa dedicada a la cocina nacional, las ventas de artesanías, la exhibición de productos típicos en los stands de los territorios regionales: todo ello le da ese toque.

Entre el viernes 26 y el lunes 29 de este abril que acaba de pasar, anduve a ratos por la Filbo, quizá unas seis horas en promedio cada día. Recojo aquí algunas de las impresiones y actividades que me depararon tales visitas.

En un recorrido por los stands de los grandes sellos editoriales y de las librerías de cadena, noté que los nuevos autores colombianos a quienes se les ha concedido la dignidad del póster retratístico son, entre otros, Mario Mendoza, Santiago Gamboa, Juan Gabriel Vásquez, Piedad Bonnett, Jorge Orlando Melo, Ricardo Silva Romero, Alejandro Gaviria, Fernando Vallejo y Diana Uribe.

A esta lista de autores literalmente de gran cartel, hay que sumar otros en cuyo caso fueron las carátulas de sus libros las que vi reproducidas y exhibidas en cajas luminosas de gran formato: La batalla por la paz, de Juan Manuel Santos; Siquiera tenemos las palabras, de Alejandro Gaviria; Orillas, novela póstuma de Roberto Burgos Cantor; Akelarre, de Mario Mendoza (quien, como ven, figura en ambas listas); De mil amores, de Walter Riso; Pablo Escobar: mi vida y mi cárcel, de María Victoria Henao, viuda del capo; Mi vida de otra manera, del padre Alberto Linero, y 1989, de María Elvira Samper. El eclecticismo de esta serie de obras, promocionadas una al lado de la otra, resulta más que evidente.

En mi recorrido, oí a una joven mujer que, observando un libro que sostenía en las manos, le dijo a otra que estaba junto a ella, con espontáneo tono de sorpresa: “¡Martín Lutero era feo, carajo!”.

Otro día, me dediqué a una suerte de ejercicio lúdico: la caza de títulos sugestivos, ingeniosos; cito algunos de los mejores trofeos que cobré en esa batida: La intimidad como espectáculo, de Paula Sibila; La negociación de la intimidad, de Viviana Zelizer; El fin de la excepción humana, de Jean-Marie Shaeffer; La cultura en el mundo de la modernidad líquida, de Zygmunt Bauman; El eclipse de la muerte y Bienaventurada vejez, de Robert Redeker; Los campos de exterminio de la desigualdad, de Göran Therborn; El ascenso de las incertidumbres, de Robert Castel; Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo, de César Vallejo (título tomado de un verso suyo); El producto interno bruto: una historia breve pero entrañable, de Diane Coyle.

De los lanzamientos de libros, presencié los de tres valiosas editoriales independientes: Letra a Letra, Collage y Luna Libros. La primera añadió nueve novedades a sus tres estupendas colecciones de poesía; la segunda presentó obras narrativas de Carlos Polo, Alba Pérez del Río y Fadir Delgado, así como la ópera prima lírica de Rainiero Patiño; la tercera sacó a la luz el muy recomendable Nuevo sentimentario, antología de la poesía amorosa colombiana realizada por Darío Jaramillo Agudelo, Juan Felipe Robledo y Catalina González.

De las charlas, me decanté por una entre Carolina Sanín, Humberto Ballesteros (colombianos) y Antonio Ortuño (mexicano). Pese a la vaguedad de su tema (“Notas sobre la vulnerabilidad”), escuché de los interlocutores observaciones relevantes sobre materias afines, tales como la de que la democracia es la ampliación sin fin de la estimación de los otros como iguales, de modo que ella debe incluir los animales (Sanín), que coincide con la de que la división entre el ser humano y los demás animales es no sólo violenta y artificial, sino arrogante (Ortuño); o la de que no es posible ponerse en el lugar del otro porque todo yo ya es los otros (Sanín), que de alguna manera es compatible con la de que la presencia del otro es lo que hace que el yo se interrogue a sí mismo (Ballesteros).

Andariego, pues, en la Filbo, tuve no obstante mi lugar de estación en el stand de Collage, donde me enteré de pequeños hechos notables para el mundo del libro, como la negociación que hizo dicha casa editorial con la gran empresa sueca Storytel, a fin de que ésta lleve al formato de audiolibros y venda en su plataforma digital varios de los títulos de aquélla, empezando por los que integran la colección Gabo: genio universal del Caribe.