El silencio del presidente mexicano López Obrador sobre el reclamo que le venía haciendo más de un año atrás a España por la Conquista de México por Hernán Cortés, se rompió el pasado 13 de agosto cuando se conmemoraron en la Plaza de la Constitución de la capital mexicana los 500 años de la conquista española.

Desde El Zócalo, como se conoce la plaza que una vez de visita en México me dejó deslumbrado y orgulloso de nuestro pasado precolombino, el presidente mexicano se encargó de pedir perdón por lo que llamó catástrofe de la ocupación militar española de Mesoamérica y del resto del territorio de la actual república mexicana.Medio milenio atrás, trece de agosto de 1521, cayó el imperio mexicano bajo el ataque masivo de grupos indígenas opuestos al soberano azteca pero aliados del ejército, poco numeroso pero bien armado, de Hernán Cortés. Fue la caída de Tenochtitlán, la ciudad en el lago, y de Cuauhtémoc, como lo recuerda en un maravilloso relato el gran escritor mexicano que fue Carlos Fuentes en “El espejo enterrado”.

Los españoles de Cortés no atacaron solos. Lo hicieron con el apoyo de un inmenso ejército de indígenas mesoamericanos, lo que puso en evidencia la enorme división que existía entre los pueblos de la región. Debilitados internamente, mantenían un largo enfrentamiento con el imperio de Moctezuma, conflicto que aprovechó el conquistador para capitalizar su entrada a Tenochtitlán. Otras contingencias rodearon con un halo al conquistador que escaló desde Veracruz las montañas mexicanas : un mensajero llegó hasta donde Moctezuma para decirle que un dios rubio y barbado, acompañado de un ejército de hombres vestidos de oro y plata, y montados sobre bestias de cuatro patas, subían hacia la ciudad del lago. Moctezuma suspiró al oír al mensajero pensando que había llegado el final del tiempo de la angustia. Los dioses habían regresado.

Carlos Fuentes escribe que Hernán Cortés no se veía a sí mismo como un dios. López Obrador a su vez expresó : “No era un demonio sino un hombre con poder”. Estudió en la Universidad de Salamanca, donde fracasó, pero había leído novelas de caballería y crónicas del descubrimiento de América. De la mano de La Malinche, su amante y traductora, convertida en “mi lengua”, supo que el imperio estaba carcomido por dentro y tenía pies de barro. Pese a que Moctezuma salió a su encuentro como si recibiera al dios Quetzalcóatl, hubo enfrentamientos crueles de lado y lado como la Batalla de la Noche Triste, cuando los mexicanos derrotaron a los invasores que escapaban con las bolsas llenas de oro. Fue tan triste que Cortés se sentó al pie de un árbol a llorar. Los españoles a su vez apresaron a Cuauhtémoc con la caída de Tenochtitlán. La conquista de México fue algo más que el éxito de menos de 600 soldados europeos frente a un imperio teocrático. Fue la victoria del mundo indígena contra sí mismo, que, no obstante, cayó víctima del exterminio y la esclavitud, comenta Fuentes. Y se pregunta : “¿Se entenderá algún día la conquista de México como una derrota del vencedor y del vencido?”.