Antes que los disparos de Crusius y Betts, a las 28 víctimas de El Paso y Ohio la semana pasada, las comenzaron a asesinar las palabras de odio y de discriminación.

Los dos asesinos dispararon convencidos, así lo dijeron, de que así estaban salvando el país, porque las armas en manos de los ciudadanos son necesarias para repeler a los millones de invasores que amenazan la seguridad de los estadinenses.

Releo estas líneas, porque son brutales, pero las encuentro ajustadas a las palabras y al pensamiento de los dos asesinos. Como ellos, ¿cuántos de los autores de los 251 tiroteos ocurridos este año en este país ( más de uno por día) tuvieron una razón parecida? El presidente preguntó a una multitud que lo escuchaba: ¿cómo detener a los migrantes? Y un hombre le respondió de inmediato: “disparándoles”. ¿Interpretaba este hombre un sentimiento colectivo alentado por las palabras de Trump? Habían influido los mensajes del presidente, que en los últimos quince meses ha utilizado en Facebook la palabra invasión en 2.200 ocasiones?

Los publicistas saben que la repetición de una marca crea su propio nido en el subconsciente de las personas. ¿Es esa machacona acusación a los migrantes de ser dañinos invasores, la que en los asesinos legitima su acción?

El expresidente Obama es de los que creen que “ la retórica que divide es parte del problema. Deberíamos rechazarla puesto que alienta un clima de miedo y odio y vuelve normales los sentimientos racistas”.

Es claro, además, que esa violencia de las palabras es, además, causa y efecto del próspero negocio de la industria de las armas, ese negocio intocable, que Trump no se atrevió a mencionar cuando intentó explicar los dos últimos dolorosos episodios que, sin sentido alguno del ridículo que hacía, atribuyó a los videojuegos y a enfermedades mentales. Nadie le creyó, pero se estimuló la reflexión sobre las causas de las 8475 muertes de este año y de los 17.013 heridos, cifras que parecen las de una guerra.

Las guerras comienzan en la mente de las personas, y esta parece haberse gestado con ideas como las de Crusius el asesino de El Paso. Según él “hay que disminuir el número de las personas que usan recursos”. Y advertía “si podemos deshacernos de suficientes personas, nuestra forma de vida puede ser más sostenible”. Un lenguaje que recuerda a Malthus y a todos los que después de él se han alarmado por la desproporción entre los recursos disponibles y la sobrepoblación. Solo que ahora este lenguaje está en la boca de un asesino y de un presidente a quien desvela la multiplicación de los migrantes que él ve y califica como invasores.

Hace contraste con esa actitud la que aparece en nuestras noticias de la semana. El reconocimiento de la ciudadanía colombiana a 24.512 nuevos compatriotas, hijos de migrantes venezolanos. Con menos recursos para repartir hay aquí la generosidad y solidaridad suficientes para tratar al migrante como conciudadano y no como invasor; dos palabras que Trump ha hecho tan diferentes como la vida y la muerte.

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@JaDaRestrepo