Hace seis partidos rompieron cualquier vínculo, se distanciaron y no ha habido manera de reencontrarse. Y, desde siempre sabemos, que en el fútbol es imposible tener un buen vivir si se tienen largos desencuentros con el gol.
Y por ahora, no se deja convencer ni siquiera en partidos como el del viernes ante Perú, en donde Colombia, como no lo hacía hace mucho tiempo, gobernó el trámite, fue continuo y voluntarioso en el asedio y redujo al rival a un enjaulado y limitado equipo con cero aspiraciones ofensivas y una primaria actitud rechazadora como único recurso defensivo.
Esta vez, Colombia envió todas las señales de pacificación en procura de mejorar, de aflojar esa tensa relación que llevan: desbordes y centros de Cuadrado y Mojica; movilidad y técnica de Borré; remates de los líderes pero desmejorados Falcao y James; compañía cercana de Uribe y Barrios; y vigilancia y anticipo de Mina y Sánchez para sostener el dominio territorial.
El gol, imperturbable, hizo caso omiso. No quiso dar su brazo a torcer a pesar de los honestos mensajes que le enviaba Colombia. Desordenados algunas veces, sí, pero constantes. Imperfectos otras veces, sí, pero ambiciosos. Con búsqueda colectiva, individual, desde afuera del área, desde adentro, con toques, con remates, a ras, aérea, sí, muchas veces, pero sin puntería ni eficacia. Renuente e impenetrable sigue siendo la actitud del gol.
Y, de contera, a esta enemistad prolongada de Colombia con el gol, el viernes se le agregaron los errores de Ospina y Reinaldo Rueda. El primero, en incontables ocasiones gran salvador de la Selección, esta vez fue el gran responsable del gol peruano (en el trayecto previo al débil remate de Flores, el autor, hay un par de implicados menores pero de ninguna manera lo eximen). Un primer palo mal cubierto, un movimiento infantil y sin fuerza de su pierna y su mano sindican al buen portero colombiano.
Y, el segundo, el técnico Rueda, al sustituir a Borré, el mejor delantero hasta ese momento, por un imberbe y nervioso Alzate, al que infortunadamente lo superó la trascendencia del partido. Desalojar la zona central por la abundancia de defensores peruanos en ella fue el argumento del técnico post partido. Y no era invalida la lectura, lo que fue desconcertante e inexplicable fue la elección del que salió y sobretodo del que ingresó. Chará, Asprilla y Valoyes eran posibilidades más confiables, y hasta el ingreso de Muñoz y adelantar a Cuadrado a su posición natural, de extremo, suponía un menor grado de incertidumbre (que siempre coexiste con las sustituciones) por la experiencia y las características de los mencionados.
Perdió Colombia y a partir de ahora, no hay margen de error, tendrá la obligación de la perfección: obtener 9 puntos de los 9 que restan. La realidad nos muestra que hasta hoy Colombia ha estado bien lejos, pero muy lejos de la perfección. Y yo no tengo muchos argumentos futbolísticos para creer que lo pueda hacer. Ellos, técnicos y jugadores, si tienen la obligación de aferrarse a sus creencias, seguir juntos y luchar hasta el final.