Si logramos sobrevivir a Trump sin que a él se le dé por pulsar el botón rojo del demonio atómico que nos va a limpiar, entonces la peor maldad suya que recordaremos siempre será la del lunes pasado cuando, contestando por teléfono a una dulce niña de siete años de Carolina del Sur que quería saber por dónde iba el trineo con los regalos, le preguntó que si ya no estaba muy vieja para seguir creyendo en Papá Noel… Para mí eso es causa de despido fulminante y con deshonores. Si llenarles la cabeza de oscuras y egoístas fantasías a millones de americanos lo llevaron a la Casa Blanca, con mayor razón el intentar destruir la fantasía más pura y hermosa en la vida de un niño debería poder sacarlo de ahí ya mismo.

Yo nunca olvidaré el día que tuve las primeras noticias de que los regalos de Navidad no los traía el Niño Dios. No fue ningún presidente desalmado, sino un amiguito mío en el parque quien me lo dijo muy triste y abatido. Un hermano mayor suyo se lo acababa de soltar a quemarropa: ¡qué Niño Dios ni qué ocho cuartos, los regalos nos los compran a traición nuestros papás! Desde luego que yo me quedé conmocionado. Si eso era verdad, todo lo demás era mentira. En vez de ilusión y felicidad, desengaño y tristeza. Sin embargo, como ya en ese entonces se me había comenzado a despertar el espíritu científico, la finura epistémica, el amor por la verdad, antes de sacar ninguna conclusión precipitada quise confirmar esa terrible información con una fuente fiable, segura y absolutamente imparcial: ¡corriendo me fui llorando a preguntárselo a mi mamá!

Mi mamá pegó tremendo respingo y ahí por poco no se le vino abajo la estantería de mi inocencia. Pero ella se repuso con arte y rabia justiciera. Primero, contra mí, por ser tan bobo de creerme semejante disparate. Pero, principalmente, contra el malvado y mentiroso amigo mío.

—Te lo voy a explicar, para que dejes de ser ¡tan pendejo!… ¿Tú acaso no sabes que el Niño Dios solo les trae regalos a los niños que se portan bien?
—Sí, mami, yo sé; por eso yo me porto bien —le contesté todavía sollozando, pero ya con una chispita de esperanza viva en mi corazón.
—Y por eso a ti siempre te trae tus buenos regalos… Pero, por la misma regla de tres, es que los papás de ese niño, como saben que es muy malo y mentiroso, también saben que el Niño Dios nunca le va a traer nada a él, y por eso —por lástima y vergüenza de que sea el único niño sin regalos—, no les queda más remedio que comprárselos ellos mismos para disimular… ¡Pero a ti sí te los trae el Niño Dios, porque tú eres bueno y Él te quiere mucho!

Nunca en mi vida me he vuelto a encontrar con un argumento tan bello, luminoso y contundente… Y balsámico, porque enseguida volví a recuperar la inocencia.

Sin embargo, como es natural, más adelante me acabé enterando de todo. Fue la vez que en la carta al Niño Dios le pedí una moto de las de verdad… Es que ya yo tenía 23 años y entonces a mi mamá no le quedó otro remedio que revelarme el secreto.

¡Felices fiestas!