De verdad que esta Colombia de Néstor Lorenzo jugó, en partido que definía un título y ante Argentina el equipo campeón mundial, su partido más discreto de la Copa y cuidado de todo el proceso.
Colombia hizo un primer tiempo aceptable y lo continuó haciendo en el segundo hasta cuando Messi tuvo que salir por lesión. Extrañamente, a partir de ese momento, mientas Lionel lloraba en el banco y la televisión mostraba su tobillo hinchado, Argentina se montó en el juego. Entonces vimos a una Colombia extraña, disminuida.
Es que James Rodríguez, Lucho Díaz y John Arias se fueron desdibujando. John Córdoba, también. Ese circuito ofensivo que fue el suceso en el transcurso del torneo, no estuvo, no pesó.
La Colombia nuestra pareció coja. La ausencia de Daniel Muñoz por suspensión y el regreso de Santiago Arias se sintió. Jefferson Lerma y Richard Ríos solucionando problemas, Johan Mojica despistado en muchas situaciones, Davinson y Cuesta aguantando el chaparrón y un Camilo Vargas grande, tal vez el mejor.
Los recambios de jugadores, nos dio a entender que algo no estaba bien en el tema del desgaste físico. Se fueron jugadores que habían tenido peso específico en cada juego. James, Lucho, John Arias, Córdoba, Ríos y Lerma. Tampoco estuvo Muñoz. 7 de los 11 titulares. El equipo se disminuyó.
Colombia apostó a ganar el juego. Con los titulares y con los recambios hasta el minuto final. Volvimos a olvidar aquello de si no puedes ganar, empata. Pero el equipo se individualizó y cada quien quería hacer el gol hasta cuando Lautaro Martínez nos devolvió a la realidad.
Adiós tiros penaltis que, con cada pérdida de tiempo de los argentinos deteniendo el juego con la complacencia de Raphael Clauss, entendimos que ellos le apostaban a eso por la confianza que tienen en el arquero Martínez.
En fin, el mejor equipo y el mejor jugador de la Copa se quedaron en Glendale, allá en Arizona, porque de verdad, aparte del primer tiempo vimos un equipo extraño que en nada se pareció al que nos hizo deleitar en los cinco juegos anteriores…