“Les deseo, y sé que es paradójico decirlo el día de la graduación, pero se los digo con muchísimo amor: les deseo fracasos laborales, porque les van a enseñar humildad”. Esta frase, parte del discurso de David Escobar Arango, director de Comfama y presidente del Consejo Superior de la Universidad Eafit, durante una reciente ceremonia de graduación en dicha institución, logró lo que se anhela siempre en estos actos solemnes: transmitir un mensaje que perdure más allá de los himnos que clausuran el evento.

En la sociedad contemporánea, la presión por no cometer errores es omnipresente, desde la educación hasta el ámbito laboral y personal. Por eso, sugerir, como lo hizo el mencionado orador, que de los fracasos se aprende, ha resultado para algunos disruptivo e incluso censurable.

En esta era digital, en la que las redes sociales se han convertido en una poderosa herramienta para la conexión y el intercambio de ideas, con frecuencia se exponen expectativas poco realistas que proyectan una imagen de vida perfecta, la cual, en la realidad, resulta muy difícil de alcanzar. La comparación constante con las vidas idealizadas que se muestran en línea puede llevar a experimentar sentimientos de depresión, ansiedad y baja autoestima. En el ámbito profesional, las plataformas especializadas están diseñadas para destacar logros y éxitos, sin ofrecer espacios donde se puedan mencionar los desafíos o fracasos enfrentados para alcanzarlos.

En el ámbito educativo, se valoran los errores y fracasos como herramientas fundamentales para el aprendizaje. Al abordar y resolver problemas, incluso con las equivocaciones que ello implica, se aprende de manera significativa. Los errores proporcionan retroalimentación y permiten ajustar enfoques y estrategias.

Toda la literatura especializada sobre la innovación coincide en que, con mucha frecuencia, ésta surge de la experimentación y el fracaso. Para innovar, a menudo es necesario iterar. Empresas líderes a nivel mundial en desarrollos tecnológicos fomentan una cultura de aceptación del error, permitiendo a sus empleados experimentar y aprender de los fracasos para impulsar la creatividad y el desarrollo.

Fracasar intentándolo es fundamental para el desarrollo de la resiliencia. Esta capacidad de recuperarse de los fracasos y aprender de ellos fortalece el carácter y la determinación. Equivocarse y fracasar son experiencias inevitables y valiosas en el camino hacia el desarrollo integral de los seres humanos.

Al abrazar los errores y fracasos como herramientas de aprendizaje, resiliencia y creatividad, se puede transformar la manera en que se perciben y enfrentan los desafíos. Fomentar una cultura que valore el aprendizaje a través del error no solo es crucial para el desarrollo personal, sino también para la innovación y el progreso en la sociedad contemporánea.

Basado en todo lo anterior sugiero, que la idea central del discurso citado, se utilice como inspiración para reflexionar en nuestras familias y grupos sociales sobre la necesidad de liberarnos de la presión de vivir vidas perfectas. Creo que en esta carga que la modernidad nos ha impuesto, subyacen algunas de las causas de los problemas que hoy nos agobian como sociedad, entre ellos, la crisis de salud mental que atravesamos.

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