Desde los albores de la civilización, el altruismo ha desempeñado un papel fundamental en la cohesión social y en el avance de la humanidad. A lo largo de la historia, las fundaciones han surgido como un medio concreto para canalizar este altruismo y transformarlo en un impacto tangible y positivo. La estrecha vinculación entre las fundaciones y el altruismo es incuestionable.
En su gran mayoría, las fundaciones encuentran su génesis en una comprensión profunda de las necesidades humanas y en la firme resolución de abordarlas. Las acciones altruistas que suscitan la creación de fundaciones reflejan una auténtica preocupación por las desigualdades existentes, la privación de acceso a recursos esenciales y la imperativa necesidad de conferir oportunidades a aquellos que enfrentan adversidades. Estas instituciones cristalizan las manifestaciones palpables de empatía y compasión que han impulsado a la humanidad a lo largo de los siglos.
Desde los hospitales medievales en Europa hasta ciertas instituciones educativas en el presente, las fundaciones han estado intrínsecamente ligadas a la premisa de atender y mejorar la calidad de vida de los demás.
En la sociedad contemporánea, una de las funciones más importantes que desempeñan las fundaciones es la reducción de las brechas sociales. En un entorno caracterizado por desigualdades económicas y sociales, las fundaciones se erigen como agentes de cambio que abordan desafíos estructurales y sistémicos. Su capacidad de direccionar recursos hacia áreas marginadas o segmentos de población desatendidos, facilitar el acceso a educación y atención médica, y establecer programas de desarrollo sostenible, las convierte en actores críticos en la edificación de una sociedad justa y equitativa.
Ahora bien, cuando las fundaciones se utilizan de manera engañosa o fraudulenta, se puede socavar gravemente la confianza que la sociedad deposita en estas instituciones, cuando asume, que siempre en su creación y operación subyace una noble intención. Una fundación, en la que se haga apropiación indebida de recursos que deberían ser destinados al bienestar común en beneficio de unos pocos deshonestos, traiciona su esencia altruista.
El descarriado uso de la falsa beneficencia engendra una profunda sensación de decepción y traición. Cuando la promesa de asistencia y apoyo se transforma en un engaño doloroso, la fe en la bondad humana se ve severamente disminuida.
Cuando ya nada parece asombrarnos, cuando todo parece ser grave y nada importante, es imperativo que como sociedad defendamos la institución de las fundaciones como figuras para maximizar los beneficios del altruismo. Las dudas, que, por culpa del escándalo de turno, surgen sobre algunas de ellas, no debe hacernos dudar del papel crucial que han jugado la gran mayoría de estas instituciones en el ámbito mundial y local en la construcción de un mundo más justo y humano para todos.
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