Esta semana que termina, Facebook, la red social con más usuarios (casi un tercio de la población mundial), estuvo en el centro de las noticias por dos motivos diferentes.

En primer lugar, el pasado lunes, como consecuencia de un cambio en la configuración de los equipos que permiten se comparta información entre los servidores de las compañías del señor Mark Zuckerberg, los servicios de WhatsApp, Instagram y Facebook dejaron de funcionar por el tiempo más largo desde que entraron en operación, un poco más de seis horas.

Durante el tiempo del “apagón” muchos negocios alrededor del planeta, que basan su operación en las tres plataformas citadas, se paralizaron. Sitios especializados cuantifican las pérdidas económicas de la “caída del grupo” en aproximadamente 650 millones de dólares, esto sin contar la devaluación cercana al 5% que sufrieron las acciones de la compañía. Un impacto no tan bien medido como el económico, fue el que se produjo en algunos usuarios al aumentarles sus niveles de ansiedad ante la abrupta necesidad de interactuar en el mundo real.

En segundo lugar, y casi de manera simultánea con el colapso de Facebook por razones técnicas, se produjo una denuncia contra ella por parte de una ex trabajadora de la compañía. Frances Haugen, ingeniera informática y experta en "gestión algorítmica de productos", quien trabajaba en un área responsable de temas relacionados con la democracia y la desinformación, informó en el subcomité para la protección del consumidor y la seguridad de los datos, que estudios realizados al interior del conglomerado digital sugirieron que el algoritmo de la red social es nocivo para los niños y los adolescentes.

Si bien, esta no es la primera alerta que se emite acerca del potencial peligro del uso inadecuado de estas herramientas propias del “mundo virtual”, sí es la que de manera más concreta ha hecho evidente la intencionalidad de ocultar información al respecto.

Estudios anteriores a los revelados por Haugen, han mostrado que el abuso de las redes sociales provoca, especialmente en jóvenes, alejamiento del entorno de la vida real, niveles altos de ansiedad, afecta a la autoestima y puede acabar causando la pérdida de la capacidad de autocontrol.

Con toda esta creciente evidencia, me inquieta que se repita la dolorosa historia de la industria del tabaco, la cual sistemáticamente minimizó los peligros y magnificó los beneficios de una conducta potencialmente adictiva: fumar.

La interactividad inmediata de las redes sociales resulta ser muy atractiva para los jóvenes. La gran mayoría de ellos empiezan a usarlas sin haber sido instruidos, al menos mínimamente, acerca de sus bondades y peligros. Las carencias emocionales que algunos sufren, en las edades alrededor de la adolescencia, parecen estar asociadas con una mayor probabilidad de desarrollar adicción a ellas.

Si bien, con la entrada en operación y masificación de estas redes se ha alcanzado un nivel de interacción social nunca visto, se debe siempre tener presente que ellas son un medio y que como tal son neutras. Debemos también tener plena conciencia, y así informarle a nuestros jóvenes, que del uso que hagamos de ellas dependerá que los aportes que hagan a nuestras vidas sean positivos o negativos.

PD: Pronto se lanzará Instagram para menores de 13 años. ¿Será que nuestros niños están preparados para su uso?

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