El título de esta columna deriva del nombre de una diosa de la mitología griega llamada Higía (Hygieia), hija de Asclepios, dios de la medicina. Mientras a su padre se le asociaba directamente con la curación de los males, a ella se le relacionaba con la prevención de las enfermedades y con el poder de mantener una buena salud.

En la actualidad, la más completa definición de higiene hace referencia a ese conjunto de conocimientos, aptitudes y prácticas que intentan controlar los factores nocivos que pueden afectar nuestra salud biopsicosocial en cualquier ámbito de la vida, incluyendo el laboral. A pesar de lo amplio del concepto anterior, es muy frecuente que, de manera coloquial, el término solo se use como sinónimo de limpieza.

Con la declaración de la pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud entramos en un estado permanente de incertidumbre. Identificado el agente causante de la nueva enfermedad, las publicaciones científicas empezaron a llenarse de contenidos que abarcaban desde la biología del virus hasta los “poderes de inmortalidad” que parecía exhibir el microscópico enemigo. Un ejemplo de lo anterior fue una publicación donde se informaba que el nuevo coronavirus causante de la covid-19 sobrevivía en billetes, vidrio y acero inoxidable hasta por 28 días. Sin mucha reflexión, todos empezamos a actuar en lo que un ensayista norteamericano llamó: el “teatro de la higiene”.

Transportados por los titulares de noticias y por las redes sociales, muy efectivas para desinformar, terminamos en un escenario ficticio donde para estar algo seguros debíamos exterminar al mortal virus de todas las mugrientas superficies, incluida nuestra piel. Cualquier salida de la casa significaba un baño con estropajo. La manipulación de artículos que llegaban al domicilio, incluidos los alimentos, debía estar precedida de aspersión con sustancias químicas, algunas de ellas con conocido perfil de toxicidad. Carros, zapatos, maletines y otros objetos comunes, fueron fumigados con toda clase de líquidos comprados sin indicación clara y muy a pesar de las maltrechas economías domésticas y del comercio.

Afortunadamente y gracias a esa característica inherente a la ciencia, la información inicial que había puesto en escena la obra continuó siendo revisada. Los nuevos análisis empezaron a revelar con contundente evidencia que la manera más frecuente y efectiva de propagarse el virus era la aérea. Que, si bien la transmisión por contacto con superficies es posible, esta sucede con poca frecuencia.

Enhorabuena y a la luz de estos nuevos hechos nuestra ciudad ya empezó a dar los pasos para “clausurar” el mencionado teatro. Además de los anotados impactos negativos en la salud y economía de estas medidas casi ineficaces, la exigencia de su aplicación obligatoria puede terminar generando sensaciones falsas de seguridad que distraigan a algunos del cumplimiento de las prácticas de higiene probadas y que tendremos que mantener de manera juiciosa por los próximos meses: uso adecuado de tapabocas, distanciamiento físico y lavado frecuente y correcto de manos.

PD: Todo el que ha vacunado sabe que durante el procedimiento se pueden generar desaprovechamientos. Sin relajar los controles, enfoquémonos en la nueva meta: vacunar 35 millones de colombianos en el menor tiempo posible. Necesitamos creer en nuestras instituciones.

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