En marzo de 1966, en plena escritura de Cien años de soledad, García Márquez se dió un respiro y viajó desde México al Festival de Cine de Cartagena, acompañando la película en blanco y negro Tiempo de morir, escrita por él con Carlos Fuentes y dirigida por Arturo Ripstein. (Jorge Alí Triana realizaría la versión a colores de esa historia casi 20 años después).
“Tenía siete años de no venir a Colombia -recordaba Gabito-. Entonces Escalona me visitó y yo le pregunté qué se había hecho en el país, en materia de vallenatos, durante aquellos años. Me dijo que muchas cosas y me invitó a Aracataca para que oyera a los conjuntos que él pudiera convocar en toda la provincia”. Gloria Pachón, que estaba con ellos en esa ocasión, escribió una nota para El Tiempo, titulada Festival vallenato en Aracataca.
“Cuando llegamos -dijo Gabito- mi pueblo estaba lleno de acordeones. Ese día oimos vallenato en cantidad”.
Él había viajado de Cartagena a Barranquilla y de allí enrumbado a Aracataca en el Land Rover de su compinche Álvaro Cepeda Samudio. También fueron Kike Scopell, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor. El pretexto de García Márquez era reunir en su tierra lo mejor del folclor para intentar llevarlo en corto tiempo al celuloide mexicano en el que él ya trabajaba. “Macondo está casi igual -fue lo primero que dijo Gabito al llegar a Aracataca-. Los almendros polvorientos siguen allí. Las casas de madera circundan la plaza”.
Esa tarde de marzo, Escalona llegó tarde. “Recuerdo -añadió Gabito- que Armando Zabaleta no fue invitado pero se presentó con su conjunto y, como siempre, echándole vainas a Escalona. (…) Así empezaron los festivales vallenatos”.
Gabito, por su parte, había escuchado música de acordeón desde su infancia, había aprendido a cantar con sentimiento los vallenatos de Escalona y había escrito sobre todo ello, desde una columna del 22 de mayo de 1948 en El Universal de Cartagena. En alguna Jirafa de marzo de 1950, en EL HERALDO de Barranquilla, diría: “No hay una sola letra en los vallenatos que no corresponda a un episodio cierto de la vida real, a una experiencia del autor. Un juglar del río Cesar no canta porque sí ni cuando se le viene en gana, sino cuando siente el apremio de hacerlo después de haber sido estimulado por un hecho real. Exactamente como el verdadero poeta, exactamente como los juglares de la mejor estirpe medieval”.
Del buen vallenato pues, Gabito lo supo todo sobre su música y las historias que narraba. Conoció a los legendarios compositores, cultivó una bella amistad con el más grande y escuchó a sus mejores intérpretes. Cantó como uno de ellos las canciones que le llegaron al alma, las aprendió a tocar en dulzaina y memorizó las tonadas que le arrugaron el sentimiento. Sólo le faltaba componer una pieza y lo hizo: un vallenato de 500 páginas. Cuando uno sabe esto entiende por qué es Rafael Escalona la persona que Gabito más admiró en su vida. El creador que siempre quiso ser.