Sé que me vuelvo cansón y pesado por lo reiterativo y monotemático sobre situaciones que preocupan a nivel individual y colectivo, pero sólo puedo dejar de hacerlo cuando estoy convencido de haberlas expresado con toda claridad. Ahora es el caso de mi insistencia en que están naciendo niños con cuerpos y cerebros diferentes, ni mejores ni peores, distintos. Con anterioridad he explicado lo de sus cuerpos, ahora sus cerebros.
Más allá del amplio espectro de las inteligencias, de la más baja a la más encumbrada, lo preocupante es el vacío conceptual. Estos niños y adolescentes viven en un limbo sin un polo a Tierra para vivir este mundo, que no pinta muy bien a futuro. Es inevitable decir que los adolescentes de las generaciones anteriores, nosotros, teníamos claros los conceptos acerca del sentido de la vida porque fueron enseñados y disfrutados en el hogar y en el colegio, y nos sirvieron para sostener el mundo hasta ahora.
El amor es cosa dura, es el equilibrio entre el beso, el pechiche, el premio, la felicitación, por un lado; por el otro, la disciplina, el orden, la norma, la crítica, el castigo justo. En ese orden de ideas, en la familia actual, el desamor es un común denominador incómodo que va desde el exceso en complacer la demanda sin límite de los hijos, hasta el extremo del abuso y el maltrato físicos o psíquicos. Así no se aprende el amor.
Al interactuar con personas de diferentes países desde mi adultez temprana, reafirmaba la excelencia de la educación que recibí al comprobar que, a diferencia de ellos, yo sí estaba ubicado en este mundo y, además, podía pensarlo y emitir conceptos. Hoy, no siento satisfacción por eso, es grande mi preocupación porque son nativos que me muestran una carencia enorme de una concepción del mundo más allá de la tecnología que dominan y de la cual no pueden apartarse.
No es que la tecnología sea mala, es que para evitar que nos desborde y terminemos sometidos a la inteligencia artificial, se necesita que las personas encargadas de señalar la dirección que debe tomar la vida, tengan un concepto filosófico claro de la misma, para eso, hay que enseñarles y educarles desde ahora.
Ese aprendizaje debe darse en las trincheras del hogar y la escuela, los escenarios donde se libra la lucha contra el desamor y la ignorancia, como mejor alternativa para seguir sosteniendo un mundo que, aunque maltrecho por culpa nuestra, los mismos que lo creamos, es el único mundo que tenemos y debemos preservar.
Para mí, es primordial que materias como ciencias sociales, filosofía, educación ciudadana, recuperen su importancia en el pensum académico.