Consciente de haber planteado en columna anterior una situación delicada con respecto al aumento exagerado del número de casos de ansiedad y depresión en niños y adolescentes, lo cual constituye un problema de salud pública, me siento en el deber de plantear alguna propuesta como parte de las soluciones que se deban implementar para abordar semejante fenómeno individual, familiar y social, para lo cual me enfocaré en el principio fundamental de la medicina, la prevención.

Todos los profesionales de la salud mental sabemos que es insuficiente el trabajo en el consultorio o en cualquier hospital o clínica para tratar de contener la avalancha de casos que atendemos en esos sitios, porque dicho trabajo representa apenas la punta del iceberg de un enorme bloque que está sumergido en el mar de los subregistros, la ignorancia y el miedo frente a este tipo de casos que sobrepasan la capacidad de atención de cualquier grupo de profesionales reunidos en los sitios mencionados.

La gran mayoría de casos no buscan consulta porque, en primer lugar, los padres no tienen la más mínima idea de cómo saber si su hijo tiene un trastorno depresivo o ansioso, hasta cuando los síntomas les estallan en el hogar y no saben dónde acudir para una atención oportuna y eficaz que evite que su hijo se haga daño de alguna manera al no poder controlar los síntomas. No es algo que se sabe porque sí, ni siquiera el médico general que los recibe en la urgencia está capacitado para detectar dichos síntomas, se necesita un entrenamiento para que pueda distinguir los ansiosos y depresivos de otro tipo de patologías con síntomas que se traslapan con los mentales.

De tal manera que, a partir de la prevención, se debe realizar en cada colegio, universidad, puesto de salud, hospital, clínica, emisora, supermercado, y cualquier instancia a la cual tengan acceso los padres, para que sean capacitados en el conocimiento de lo que es una depresión y una ansiedad como enfermedades mentales agudas o crónicas que pueden llevar a los menores a padecer estos trastornos o, en el peor de los casos, terminar con su vida.

Fantaseo con una ciudad empapelada en cada esquina con esta información, trabajadores de la salud visitando cada hogar para llevarla, parques con mesas informativas, vehículos con altoparlantes recorriendo las calles invitando a que asistan a su profesional de la salud más cercano para que se capaciten en estos trastornos. Todo eso sale más económico que afrontar un tratamiento con medicamentos, terapias, gastos funerarios o llanto ante la tragedia que ocasiona un fallecimiento por estas causas.

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